En las novelas policiales una voz lleva a otra, la solución parcial de un enigma lleva a otro enigma, hasta llegar al enigma final que suele ser el de una muerte. Algunas veces con los libros sucede lo mismo. Un libro llega inesperadamente y cambia de golpe la dirección de las lecturas. Mi amigo Alfonso Alcalá, director de la Casa Museo García Lorca de Fuente Vaqueros, me mandó la investigación de Miguel Caballero sobre las trece últimas horas de la vida del poeta. Esa inmersión en la negrura del crimen me hizo dejar en suspenso cualquier otra lectura que tuviera entre manos para recobrar libros a los que no volvía hace tiempo, aunque esa muerte, y la obra y la vida de Lorca, están siempre muy presentes en mí, mezcladas al recuerdo de la ciudad a la que llegué treinta y ocho años justos después de su asesinato, y donde me quedé a vivir veinte años, el tiempo más largo que he pasado en ninguna parte. […]
Seguir leyendo en EL PAÍS (9 / 7 / 2011)