Despilfarro magnífico de la naturaleza: las flores de los aligustres en la medianoche del verano, llenando el aire cálido con su olor a goma, manchando las aceras, tan carnales como las flores de la madreselva o de las acacias, o las de las adelfas. Volvemos de cenar con unos amigos por estas calles anchas y despejadas del norte de Madrid, y da gusto ir caminando, disfrutar al mismo tiempo del calor y de los golpes de brisa, en la última noche de junio. Elvira acaba de terminar una relectura de El guardián en el centeno y me habla con entusiasmo de lo que ha descubierto esta vez: el puritanismo de Salinger, su obsesión por una inocencia vulnerada, su rechazo de una corrupción adulta que es, simplemente, el correr de la vida, el aprendizaje de la madurez. Nuestros amigos, que fueron padres muy jóvenes, han sido abuelos, hace unos meses: la pantalla del iPhone es una sucesión de fotos del recién nacido, que será pleanamente adulto cuando nosotros no estemos en el mundo, cuando el mundo sea tan distinto del de ahora que nosotros no lo reconoceríamos. Pero también entonces habrá noches de verano como esta, habrá olor de flores de aligustre y de madreselva, y no quedará rastro de la felicidad tan simple de nuestra caminata, ligeramente ebria, ebria del vino y de la conversación de la cena, del gusto de la amistad.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.