De un día para otro

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El jueves pasado por la mañana, como tantas veces que trabaja en el turno de tarde, Eufrasio, el marido de mi hermana, se fue a tomar el sol y a leer a la playa, en el Puerto de Santa María. La tarde anterior había cumplido su jornada completa en la fábrica de componentes electrónicos donde lleva trabajando más de veinte años, e incluso había añadido unas horas extras. La fábrica venía reduciendo la producción en los últimos años, por falta de demanda, pero que hubiera la posibilidad de echar horas extras era un signo alentador. Hace años, cuando empezó a trabajar allí, la fábrica pertenecía a Ford. Eran los tiempos en que las empresas aún tenían nombres que permitían conocer los productos a los que se dedicaban, antes de la globalización y las complicadas acrobacias financieras de fusiones y enjuagues diversos con nombres técnicos prestigiosos. En esa edad primitiva, la Tabacalera se llamaba Tabacalera, por ejemplo, porque se dedicaba al negocio del cáncer de pulmón: aún no actuaban esos genios de la publicidad que inventan nombres sonoros y vacíos, como “Altadis” o “Vocento” o  “Libranda” o “Visteon”. Llamarse “Tabacalera”, si se para uno a pensarlo, es una ordinariez, aunque se le quite el artículo:  suena a estanco, a autarquía y bronquitis crónica. ¿Cuánto cobraría el listo que se inventó el nombre “Altadis”? Casi más rancio que llamarse Tabacalera es llamarse Prensa Española. Todos respiramos con alivio al saber que ahora se llamaba “Vocento”. Dónde va a parar.

Cuando mis sobrinos Francisco y Úrsula eran pequeños y les preguntaban dónde trabajaba su padre, ellos contestaban con instantáneo orgullo infantil, con acento de la bahía de Cádiz: “¡ En la Foh! Hasta un niño pequeño entendía lo que significaba ese nombre: coches. Ahora la empresa se llama Visteon. De nuevo me pregunto quién será el cretino que inventó ese nombre, y cuánto cobraría por semejante hazaña intelectual. Lo que sí se sabe es cuánto ganó en 2010 el consejero delegado de la compañía, que opera en todo el mundo: 18.5 millones de euros.

La media de sueldo de los trabajadores de la fábrica del Puerto de Santa María en la que mi cuñado Eufrasio tenía que fichar el jueves pasado era algo inferior: 1.200 euros al mes. La fábrica tenía una alta productividad y era muy sofisticada tecnológicamente. El jueves pasado, cuando volvió de la playa con tiempo para comer antes de entrar al trabajo, Eufrasio se enteró de que no hacía falta que se diera prisa: Visteon había cerrado de un día para otro su planta de la bahía de Cádiz, que será un punto mínimo en una red industrial y financiera que abarca el planeta entero. Sin explicación, sin aviso, cuatrocientas personas se han quedado en la calle. Y Eufrasio se pregunta dónde encontrará trabajo ahora, después de más de veinte años sin faltar ni un día a su obligación, con cincuenta años, en la plenitud de su vida y de sus facultades.

Playa del Buzo, Puerto de Santa María (por emijrp)
Playa del Buzo, Puerto de Santa María (por emijrp)