De vuelta

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Dónde hay placer más completo que el de un buen viaje en tren. Ni muy largo ni demasiado corto, cuatro horas, desde las llanuras aluviales de Cádiz a la caída de la tarde a las luces urbanas de Madrid. Por las sierras de Córdoba ya es de noche y hay una luna llena amarillenta en el cielo de verano. A la salida del Puerto, en la lejanía brumosa de las salinas, se divisaban las turbinas blancas de los molinos de viento, girando a velocidades desiguales. La nuca recostada contra el asiento, el paisaje en la ventanilla, la inmersión simultánea en la lectura y en la velocidad. Un libro muy informativo y muy bien escrito que me ha apetecido leer por segunda vez: The Mind at Night, de Andrea Rock, una historia del último medio siglo de investigaciones neurológicas en el sueño y los sueños. Dejo de leer y me parece que intuyo el atisbo de una historia, probablemente un relato, contado en primera persona por un investigador que viaja por el mundo asistiendo a congresos sobre los sueños y que lleva siempre consigo, para dejarlos sobre la mesilla de noche del hotel, una pequeña grabadora y un cuaderno. En el libro se habla mucho de uno de los descubridores del sueño REM, J. Allan Hobson, de quien terminé de leer hace poco una autobiografía excelente, Dream Life: An Experimental Memoir. La noche se hace más oscura sin que yo me dé mucha cuenta. El tren casi vacío viaja por una negrura punteada de luces. Llego a Atocha y la nueva terminal, en la que no había estado, nunca, me provoca una sensación de extrañeza: rampas deslizantes, concavidades blancas y desiertas como las de un aeropuerto, monitores con anuncios que se suceden para nadie, anuncios de playas de verano, de viajes en tren, de marcas absurdas. Quizás por efecto de las cuatro horas de viaje y lectura la llegada tiene un cariz de sueño.