Anoche estábamos en una cena y alguien miró un poco furtivamente el iPhone y nos dijo lo que acababa de leer, que había muerto Jorge Semprún. Confieso que me atraía más como personaje literario e histórico que como escritor. De él me habría gustado leer unas memorias sin invenciones ni complicaciones novelescas, un testimonio que habría tenido un valor de crónica del siglo como las memorias de Koestler, o las de Evgenia Ginzburg o Margarete Buber-Neumann: el relato urgente de lo visto y lo vivido. Lo conocí brevemente en la feria de Frankfurt, cuando era ministro de Cultura. Me impresionó la fuerza de su mirada, su cualidad de presencia verdadera, tan rara en las personas públicas. Lo miraba a los ojos queriendo imaginar lo que esos ojos habían visto. Hubo un acto que él presidía, y mi editor alemán, que estaba a mi lado, me dijo al final: “Qué bien habla alemán su ministro. ¿Dónde lo aprendería?” Y yo le contesté: “En Buchenwald”. El pobre editor tragó saliva y se quedó callado.
Me han sobrecogido estas palabras suyas que recordaba hoy Javier Rodríguez Marcos en El País:
“Están desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos desaparecen. Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro. En el crepúsculo la memoria se hace más tensa, pero también está más sujeta a las deformaciones. Luego hay algo… ¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? ¿Sabe usted qué es exactamente? ¿Sabe usted que eso, que es lo más importante y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada?Para esas circunstancias está, precisamente, la literatura. ¿Pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado? ¿O intentas una reconstrucción minuciosa de las circunstancias generales del recuerdo, dando vueltas en torno al olor, vueltas y más vueltas, sin encararlo? Yo tengo dentro de mi cabeza, vivo, el olor más importante de un campo de concentración. Y no puedo explicarlo. Y ese olor se va a ir conmigo como ya se ha ido con otros”.