Pedimos algo, una cerveza o una entrada de cine o medio kilo de boquerones, y preguntamos, “¿Cuánto es?” Se me ocurre que una forma de activismo modesta y necesaria puede ser llevar esa pregunta a cualquier bien público que nos ofrezcan o que reclamemos, o que veamos que se destroza o se malbarata. Muy simple, como en el kiosco: ¿Cuánto vale? Y no cejar en la pregunta, y exigir la cuenta bien detallada, repasándola antes de pagar, o antes de dar nuestra aprobación o nuestro rechazo o elegir la indiferencia, o de armar un escándalo por el abuso. Es la pregunta que le hace Carlos Casares a su amigo sindicalista: ¿cuánto recibe tu sindicato del Estado? ¿Cuánto cuesta exactamente la obra inmensa que el reelegido Ruiz-Gallardón emprendió en el Palacio de Comunicaciones de Madrid para alojar allí su alcaldía suntuaria en una ciudad en quiebra? ¿Cuánto costó la célebre campaña para lograr la Olimpiada en 2016? Con capítulos concretos: gastos en anuncios, en viajes, en diseños de folletos, en carteles, en asesores. Y así en cada ciudad, en cada pueblo. Pero no solo preguntar cuanto nos cuesta el faraonismo insensato de la política española. Hay que preguntar también cuánto cuesta cada plaza escolar que no se aprovecha, cada estudiante universitario que deja la carrera a la mitad, cada papelera derribada de una patada por un juerguista nocturno, cada castillo de fuegos artificiales, cada vaquilla de fiestas de verano, cada jardín público destrozado por vándalos que hay que volver a sembrar y a plantar. Este es un tiempo muy difícil, pero va a ser más difícil todavía. ¿Es preferible dejar sin cubrir bajas escolares durante varios meses en un colegio público o prescindir de un carnaval subvencionado? ¿Por qué no dejamos que las iglesias, los partidos, los sindicatos, las organizaciones empresariales, las cofradías, las peñas, las sostengan sus socios o sus fieles, en vez de los impuestos de todos? El que algo quiere algo le cuesta. ¿Mantenemos un conservatorio digno o invertimos en uno de esos que llaman “edificios emblemáticos? Porque para todo no hay dinero. Y va a haber mucho menos, y hará falta un empeño obstinado de activismo cívico para no permitir que el sacrificio tengan solo que hacerlo los trabajadores y los débiles. Como apuntaba BK hace un par de días, ¿Se puede pavonear un ayuntamiento de costear el premio de poesía mejor dotado del país y al mismo tiempo forzar a la quiebra a pequeños proveedores por no pagarles a tiempo? ¿Se mantiene abierta una biblioteca municipal o se organiza un concierto gratuito de María del Monte? Porque todo ya no podrá costearse, y habrá que elegir no solo entre lo imprescindible y lo inncesario, sino entre lo más valioso y lo un poco menos importante. No solo estamos ya en una época en la que cualquier dispendio es delictivo: es que tenemos sin pagar los dispendios del pasado. Hasta los votantes que celebraban anoche el triunfo de candidatos encausados por corrupción tendrán que abrir los ojos, que hacer números, que pedir cuentas.