A Buenos Aires

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Ahora caigo en la cuenta de que siempre he salido de noche en mis viajes a Buenos Aires: desde Madrid, casi siempre, alguna vez desde Nueva York. La primera vez que hice un vuelo transatlántico fue para ir a Buenos Aires, en 1989. No olvidaré nunca la ciudad sumergida en noches de tormentas y de cortes del fluido eléctrico, las aceras rotas, el ruido permanente de los generadores a la puerta de las tiendas. La hiperinflación me hacía a cada minuto más rico con el valor creciente de los pocos cientos de dólares que llevaba. Recuerdo las largas colas de gente en las puertas de los bancos, la sensación de que la ciudad, la vida diaria, se desmoronaban, las calles a oscuras, las lámparas de petróleo o las velas en el interior de las tiendas. En medio de todo aquello los militares continuaban con sus bravatas y la ciudad estaba llena de carteles electorales con la fotos de Menem y sus inverosímiles patillas. He recordado muchas veces el titular con la declaración de un militar procesado: NUNCA CAUSÉ DAÑO IRREPARABLE A NADIE QUE NO FUERA COMUNISTA.

Volví en 1994, en 1995, y ya era otra ciudad. Volví por última vez hace casi cinco años. Qué raro que el tiempo pase cada vez más rápido, que las cosas se retiren en el tiempo con esa velocidad con la que dicen los astrofísicos que se alejan las galaxias. Para un aficionado a las ciudades, a las ciudades caminadas, a las ciudades con cafés, a las ciudades con gente que gesticula en las esquinas, a las ciudades con hermosas arquitecturas modernas y hospitalarios barrios populares, a las ciudades con una música que solo es suya, Buenos Aires es una de las capitales del mundo. Miro las luces de la noche por los ventanales del aeropuerto, y me emociona pensar que dentro de un rato anunciarán por un altavoz la salida del vuelo a Buenos Aires.

 

Buenos aires, por Alex E. Proimos
Buenos aires, por Alex E. Proimos