En demasía

Publicado el

En estos climas de inviernos tan largos la irrupción súbita e insegura del buen tiempo tiene algo de conmoción universal, de exceso de todo que lo marea a uno y le deja exhaustos los sentidos. Hace dos noches salgo para reunirme con Elvira en un restaurante de Columbus que nos gusta mucho y ya es casi una noche de verano: la humedad casi tangible en el aire cálido, los olores muy fuertes de la comida, las terrazas de los restaurantes llenas de gente que habla muy alto, en una especie de embriaguez colectiva de la que uno mismo se contagia con solo caminar y respirar, con el simple asombro de estar vivo. Hasta una brisa atlántica que sube de vez en cuando en línea recta por las avenidas aliviando el calor ya trae la sensación, la felicidad, la casi congoja de las noches de verano. Demasiado de todo: los colores tan fuertes después de meses de privación visual, las corolas carnales de los tulipanes, los cerezos y los perales de las aceras cuajados de flores rosas y blancas. En una pradera del parque en la que hasta hace dos días sólo había unos pocos narcisos ahora ha estallado el amarillo innumerable de los dientes de león. Uno camina por la calle como impelido por una música que le levanta los talones, algún aire rápido de Gerswhin o de Irving Berlin, o el retumbar de bajos de ragetón o de hip hop que salen de las ventanas abiertas de un todoterreno, uno de esos todoterrenos de blindajes negros y cristales ahumados que solo circulan por el asfalto de las calles de gente más morena, dominicanos o puertorriqueños o negros.

Demasiado de todo, un estimulación excesiva en las voces muy elevadas, en las risas, en los escotes y las camisetas ajustadas y los hombros y las piernas desnudas. Y demasiado breve. Esta mañana me asomo a la ventana y el cielo tiene esa oscuridad profunda de cuando se aproxima una tomenta. Unos minutos después está diluviando y el viento dobla las copas de los árboles y arrastra en torbellinos tan tupidos como rachas de nieve los pétalos blancos y rosados de los perales, de los almendros y los cerezos, que llenan luego toda la anchura de la acera, que se arrastran  en arroyos caudalosos hacia el enrejado de las alcantarillas.

 

Vista aérea de Nueva York
Vista aérea de Nueva York, compartida bajo licencia Creative Comomns por Nathan Siemers