Todo de lejos

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Hemos cruzado Arturo y yo el parque en autobús, en una tarde de niebla y llovizna de esta rara primavera que no acaba de llegar y que muy pronto se habrá ido. Contra la grisura de fondo los amarillos y los verdes todavía tiernos en algunos árboles eran manchas indecisas de colores pastel. Íbamos al Metropolitan, esa ilimitada enciclopedia por la que puede caminarse, a ver una exposición de guitarras fabricadas en Nueva York por varias generaciones de artesanos de origen italiano y otra que se titula Rooms With a View: una colección de óleos, dibujos, acuarelas, alguna litografía, que tienen como hilo conductor exactamente eso, habitaciones con ventanas, interiores austeros de Alemania o Dinamarca de principios  a mediados del siglo XIX en los que una ventana se abre a un paisaje, en los que puede no haber nadie o haber alguien que mira ensimismado por la ventana o que la ignora abstraido en alguna tarea, en un bordado o un dibujo o un libro o la escritura de una carta. Una mujer de espaldas pintada por Friedrich se asoma a una ventana que tal vez da a un canal o a un puerto porque en ella se perfila el mástil de un barco.

La felicidad, como supo Virginia Woolf, es a room of one’s own, una habitación propia para trabajar en silencio o para leer o asomarse y no hacer nada, un pabellón de la límpida soledad como el que menciona Borges en El jardín de senderos que se bifurcan. Presencias queridas irrumpirán en la habitación, y un rumor de voces y de trajines caseros llegará a ella. En la primera sala de la exposición hay una cita extraordinaria de Novalis que no es necesario traducir, estando además ya traducida del alemán:

Everything at a distance turns into poetry: distant mountains, distant people, distant events; all become romantic.