Libros de arena

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Los libros fragmentarios, los libros a rachas, los nacidos por acumulación o por casualidad, o por selección caprichosa, o por recopilación póstuma, o reconstrucción conjetural, los libros de retales, los libros almanaque, los libros cajón de sastre o baúl o chamarilería, los libros aluviales, los libros como aquel libro de arena imaginado por Borges que no se pueden abrir nunca dos veces por la misma página, los libros residuales, los libros de relleno y recorte, Último Round, La vuelta al día en ochenta mundos, las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro, el Juan de Mairena, cualquier antología de aforismos y apuntes de Juan Ramón Jiménez, La tumba sin sosiego de Cyril Conolly, las colecciones de artículos breves de Pla, de Camba, de Álvaro Cunqueiro, cualquiera de los libros proféticos o sapienciales de la Biblia, el Tao Te Ching, el Dhammapada, los Pensamientos de Pascal, las máximas de La Rochefoucauld, El viajero y su sombra de Nietzsche, los Lunch Poems de Frank O’Hora, cualquier buen libro de poemas.

Libros que no tienen principio y no tienen fin o tienen principio y fin en cada página, que son distintos según por dónde se abran, que siempre han de ser abiertos de golpe y por azar, flexibles como acordeones o como libros de postales, libros plegables, despegables, de bolsillo, de mochila, de hueco de la mano, de mesa de noche, de insomnio. Fragmento 416 del Libro del desasosiego, encontrado en este mismo momento, cuando en realidad buscaba otro(en edición y traducción de Ángel Crespo):

El dinero es bello porque es una liberación.

Querer ir a morir a Pekín y no poder es una de las cosas que pesan sobre mí como un futuro cataclismo.

Los compradores de cosas inútiles siempre son más sabios de lo que se creen: compran sueños pequeños. Son niños en el adquirir. Todos los pequeños objetos inútiles cuya provocación al saber que se tiene dinero hace comprarlos, los poseen en la actitud feliz de un niño que coge conchas en la playa -imagen que más que ninguna otra muestra toda la felicidad posible. ¡Coge conchas en la playa! Nunca hay dos iguales para el niño. Se duerme con las dos más bonitas en la mano, y cuando se las pierden o las tiran -¡un crimen!¡robarle trozos exteriores del alma! ¡arrancarle pedazos del sueño!- llora como un Dios a quien han robado el universo recién creado.