Hace más de veinte años coincidí en una cena en Sevilla con un decorador o director de arte español que había participado en muchas películas americanas célebres, de las que se rodaban en Europa -España e Italia sobre todo- en los cincuenta y los primeros sesenta. No consigo acordarme de su nombre, aunque creo que había incluso ganado algún Oscar(no era Gil Parrondo). Era un hombre cordial y un buen narrador instintivo. Me pasé la cena haciéndole preguntas sobre los rodajes de Cincuenta y cinco días en Pekín, La caída del imperio romano, Lawrence de Arabia, Cleopatra, en todos los cuales había trabajado. Me dijo que Ava Gardner, vista de cerca, era la mujer más hermosa del mundo. Era tan guapa y estaba tan loca y provocaba tanto deseo que daba miedo. Y me contó el estallido del romance entre Elizabeth Taylor y Richard Burton, en Roma, en los estudios de Cinecittà, donde se rodaba Cleopatra. Escenas con miles de extras disfrazados de egipcios o romanos tenían que postergarse porque ninguno de los dos aparecía. Desde el exterior de la roulotte en la que se habían encerrado se oían los gemidos, los suspiros, los maullidos. Se perseguían el uno al otro, cada uno en su pequeño automóvil deportivo, de colores muy vivos, los motores rugientes, por los hangares de Cineccittà y por los decorados de Alejandría y de Roma, dándose caza y huyendo y buscándose el uno al otro como pájaros o ardillas en un bosque, como criaturas en celo ciegas a todo lo que no fueran ellos mismos.
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