El mercado de los granjeros, como cada domingo; hoy con mucho sol, con una punzada de frío que hace aún más terso el aire. Paso junto al puesto de libros usados del negro barbudo que distrae el tiempo jugando al ajedrez y decido no acercarme para no correr el peligro de comprar un libro más. Me acerco y le compro por cinco dólares una antología de apuntes autobiográficos de Walter Benjamin. A la señora de la leche -la cara roja bajo el gorro de lana, las manos ásperas de campesina- le traigo las botellas vacías de esta semana y le compro una de leche y otra de yougur. Junto a las botellas tiene una foto en color forrada de plástico de sus vacas pastando en un prado. Me dice que esta semana el yogur está más líquido que otras veces: si lo pruebo y no me gusta me devolverá el dinero el domingo que viene. El olor de la sidra de manzana caliente en los calderos del puesto contiguo inunda el aire. Al lado hay otro puesto en el que solo venden setas, en cada cajón una variedad. Huelen a tierra húmeda y algunas tienen un amarillo de azufre.
Con la llegada del buen tiempo los jardines públicos del barrio se llenan de jardineros voluntarios: limpian hojas, rastrillan la tierra, echan abono. Hombres forzudos que cargan brazadas de leña y empujan carretillas entre los setos; señoras intrépidas de pelo blanco, sombrero de paja, pantalones viejos, tijeras de podar diligentes. A los americanos se les pone en seguida un buen color de trabajo al aire libre, un aire rústico de pioneros. En la acera de mi calle el alcorque de casi cada árbol es un jardín diminuto en el que empiezan a brotar los narcisos y los crocus. Un letrero se repite en cada cerco de hierro alrededor de la base del tronco: Please curb your dog. Vecinos de cada edificio se encargan del mantenimiento del alcorque y el árbol que hay frente a su portal.
El kiosquero pakistaní mira aburridamente hacia la calle desde su cubículo, por encima de los titulares que anuncian apocalipsis lejanos. ALLIES OPEN AIR ASSAULT ON QADDAFI’S FORCES. JAPAN FINDS CONTAMINATED FOOD UP TO 90 MILES FROM NUCLEAR SITES. Uno siempre piensa, con burdo alivio, que esas desgracias suceden muy lejos y les suceden a otros. Pero yo me acuerdo de que la mañana del once de septiembre de hace casi diez años era tan luminosa, tan tranquila como ésta. Y de que a treinta kilómetros de aquí hay una central nuclear: quizás la que me proporciona la electricidad que me alumbra ahora mismo y que me permite escribir en esta pantalla. Toda la normalidad de este domingo depende de algo tan frágil como el suministro eléctrico, como el petróleo de esos países en los que no sabemos qué estará sucediendo mañana, gracias al cual han llegado a la acera de Broadway los camiones y las furgonetas de estos granjeros a los que yo les compro sus alimentos orgánicos. Tests detect elevated levels of radioactive materials in spinach and milk, dice el periódico. Pero se refiere a Japón.