La gente ensimismada y fugitiva caminando entre ruinas como muertos vivientes; los coches y los aviones y los barcos amontonados entre sí igual que aviones y coches y barcos de juguete, tirados en un muladar; las casas como maquetas frágiles pisoteadas. Los dioses tratan a los hombres como a perros de paja , dice el Tao Te Ching. La gran ola avanza arrasándolo todo y es como los apocalipsis de inundaciones que se repiten en tantas mitologías antiguas: en el Génesis, en las leyendas mesopotámicas.
Quizás las personas antiguas tenían una idea más realista, menos vanidosa del mundo: en cualquier momento todo puede perecer y los millones de los seres humanos no serán más que multitudes de hormigas. Acabamiento de mundo. Esa frase se la oía yo a una vecina cuando era muy niño. La vecina venía a ver a mi madre y le hablaba en el portal empedrado de nuestra casa en la calle Fuente de las Risas. Yo espiaba sin entender, o entendiendo todo lo necesario: aquella mujer venía a asustar a mi madre y disfrutaba de su credulidad y de su miedo. Le decía: “Viene un acabamiento de mundo”. Yo esperaba a que se fuera, y sin decir nada observaba la cara de miedo de mi madre, y había intuido casi con un olfato de animal la malevolencia de la mujer que venía a anunciar el apocalipsis.