Le pedí a Elvira, que sabe tanto de Chejov, que me recomendara una de sus historias para leer en la clase de relato corto de los lunes, y ella sugirió sin vacilación La novia. El título en español es menos preciso que en la traducción inglesa que yo tenía a mano, The Fiancée, que alude exactamente a un elemento clave, la mujer que está comprometida para casarse. Se lee por primera vez todo seguido y el relato fluye con tanta naturalidad que parece carecer por completo de complicación o de misterio. Es probable que Chejov lo escribiera así, porque además estaba en la cima de su maestría, en 1903, cuando no le quedaba mucha vida. Pero qué deleite releerlo despacio, deteniéndose en cada detalle, en el modo en que el tiempo se hace más lento o se acelera, en la polifonía de sonidos que atraviesan la historia repitiéndose cada pocas páginas y logrando en un espacio tan breve la textura de una larga composición musical: las ranas de noche, el jaleo de los criados en la cocina, el chuzo de un sereno, la tos de alguien muy enfermo, las voces de niños que juegan en la calle y se burlan de la que estaba prometida para casarse y ya no. Es como acercarse a un cuadro de Velázquez o de Monet y darse cuenta de que los rostros o los contornos de cosas que se veían con tanta precisión a una cierta distancia son rápidas manchas de color. La lectura es una experiencia visual y sonora. Y cuanto más cuidadosamente se lee más se advierte en qué medida los efectos más sutiles se logran con una economía extrema. Nos fijamos en lo que dice Chejov y también en la enormidad de lo que no dice. A la protagonista la vemos entera delante de nosotros, pero al repasar el texto se descubre que lo único que sabemos de ella es que es alta y delgada, con un aire saludable, y tiene 23 años. Pero nada existe de una manera permanente o invariable: las cosas, los paisajes, las caras, todo cambia según cambia la percepción de la heroína, Nadia, una de esas gallardas mujeres jóvenes de Chejov que de pronto deciden no resignarse a lo que se espera de ellas.
Crítica es lo que hacemos en la clase: contemplación, escucha respetuosa y atenta, empeño en ver lo que hay en el relato y no los prejuicios favorables o negativos que podamos alimentar hacia él. Crítica es proyectar una luz sobre la obra de arte para ayudar a que otro la vea con más claridad, o para despertar en el espectador el deseo de prestar más atención. Unas veces la obra nos gustará más que otras, pero en cualquier caso lo adecuado es hacernos a un lado para apuntar hacia lo que hemos visto, no ponernos delante de ella gesticulando nuestra aprobación o nuestro rechazo. Nunca me cansaré de leer las críticas de arte o de música de Baudelaire. Y mi gusto de aficionado a las artes del siglo XX se formó leyendo críticas de Robert Hugues o de la gran Dore Ashton. Y cómo no acordarse del cuidado en el estilo y del amor por el cine que ponía siempre Ángel Fernández-Santos, con quien daba gusto estar de acuerdo y no estar de acuerdo. Ted Gioia o Gary Giddins hacen una crítica de jazz que le abre a uno los oídos. Alex Ross o mi amigo Joseph Horowitz me han hecho escuchar cosas en músicas que ya conocía a las que sin ellos habría estado sordo.
En España hay muchas veces una idea taurina de la crítica: orejas o bronca. Y como el espacio que dan los periódicos es cada vez más reducido, y como está mal pagado ese ejercicio, y como entre nosotros cada uno tiende a exhibir como condecoraciones sus filias y sus fobias, el resultado pocas veces es una guía competente sobre lo que vale la pena o lo que no. Por no hablar de la música que no sea el pop más comercial, que casi ha desaparecido por completo. Es un escándalo casi diario que actúen músicos admirables y orquestas internacionales en España y que los auditorios se llenen y que los periódicos no se molesten en darse por enterados. La gran música -hay gran música en cualquier género- cada vez es menos guay.
Ese vacío, por fortuna, lo están ocupando muchos blogs. Algunas de las críticas más sólidas, más penetrantes, más argumentadas en sus juicios de valor, ya suceden muy lejos del papel impreso. La crítica es una conversación civilizada que sucede en un blog o en un café o en un aula o en las páginas de una revista o de un libro. Como toda conversación civilizada, admite el apasionamiento y hasta la impertinencia, pero quizás no el sectarismo. Después de dos horas discutiendo sobre ese cuento de Chejov vuelvo a leerlo y es como una partitura de la que no me perdiera ni una sola nota, un cuadro en el que he podido distinguir cada pincelada.