20 años, 20 lecciones

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1 He aprendido que la ficción no tiene por qué ser la forma superior de la literatura narrativa. Quizás una novela sólo deba escribirse cuando no queda más remedio: cuando lo que hace falta decir sólo puede ser dicho inventando.

2 He aprendido las ilimitadas posibilidades expresivas que contiene el relato estricto de ciertos hechos: muchas de las mejores páginas de literatura que he leído en este tiempo pertenecen a libros de historia, a memorias, a biografías, a textos de divulgación científica, a artículos o reportajes de periódico.

3 He aprendido las ventajas de sumergirse en otro idioma: en el viaje de ida se descubre la música propia de otras lenguas y la voz verdadera de escritores a los que uno creyó conocer bien leyendo traducidos; en el viaje de vuelta uno se vuelve más sensible a la poesía implícita en su propia lengua, que antes no siempre advertía.

4 He aprendido algo que le oí decir a Salman Rushdie en Granada, en 1995: mientras escribe una novela un escritor de prosa debe leer mucha poesía, para aprender de su disciplina verbal y no dejarse llevar por la autoindulgencia palabrera. En la poesía se aprende precisión.

5 He aprendido a desconfiar del estilo, que cuando no es sino el sonido singular de la propia voz puede convertirse en una colección de muletillas, automatismos y parodias de lo que uno mismo ya ha escrito.

[…]

Seguir leyendo en EL PAÍS (22 / 1 / 2011)

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Antonio Muñoz Molina
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