Tiene sentido que la conversación empezada sobre Keith Jarrett derivara hacia Javier Marías: los dos son maestros de la digresión y el soliloquio ilimitado, aunque Jarrett se ha vuelto más austero con los años, mientras que Marías dilata sin reparo sus circunvoluciones narrativas, explorando uno de los caminos más nobles del arte de la novela, una ordenada proliferación que imita la riqueza y el desorden del mundo.Lo que más me llama la atención de él es que no parece tener dudas sobre su propia poética. Tampoco sobre su lugar en el mundo. Por origen, por educación, por carácter, yo creo que soy lo opuesto a él, en ese sentido: yo nunca siento ninguna seguridad sobre lo que hago o sobre lo que he hecho, y casi no hay lugar, salvo en mi casa, donde no me encuentre de prestado. Soy de esas personas que siempre temen que vaya a fallarles la tarjeta de crédito y que las puertas automáticas no se abran cuando ellos se acercan. Termino un libro y al poco tiempo ya me ha ganado el remordimiento de que podría haber sido mucho mejor, o simplemente de que no es bueno. Me enfado con mis propios libros y tardo años en reconcilarme con ellos, y a veces no me reconcilio nunca. Si acaso me reencuentro con ellos gracias a algún lector que me dice haberlos disfrutado. Planeo otro libro y me parece siempre una tentativa de desquite contra el anterior.
Es verdad que hay un hábito mental en España que se complace en las disyuntivas, en las afirmaciones fervientes yuxtapuestas a negaciones radicales. Nuestras conjunciones preferidas tienden a ser las adversativas. Javier Marías y yo pertenecemos más o menos a la misma generación, y aunque él empezó a publicar muy joven y mucho antes que yo nuestras carreras, por así decirlo, han sido y son paralelas. Los dos empezamos a ser conocidos casi al mismo tiempo. Los dos publicamos con una diferencia de meses novelas que tenían como protagonistas a traductores simultáneos. Un cierto número de escritores coetáneos españoles hemos adquirido alguna presencia internacional, pero Javier Marías es el más universalmente reconocido de todos. El mismo lugar que yo ocupé durante algunos años en El País Semanal lo ocupa Marías ahora. Me dio mucha alegría que ingresara en la Academia.
Hemos polemizado a veces. También hemos escrito el uno en defensa del otro. A los dos nos distinguió con igual inquina Cela. Tenemos excelentes amigos comunes, pero no coincidimos en la vida social, a la que ninguno de los dos me parece que somos muy aficionados. Desde El hombre sentimental , que ya me gustó mucho, con su trama irónica un poco a la manera de Bioy, he leído con mucha atención casi todo lo que ha publicado Marías. Conozco sólo parcialmente Tu rostro mañana porque mientras estaba publicándose yo anduve muy sumergido en otras cosas, más que nada en la escritura de La noche de los tiempos. Releí despacio Corazón tan blanco porque la había elegido para explicarla en un curso en Estados Unidos y me pareció aún mejor que la primera vez. Mañana en la batalla piensa en mí, con ese título de augurio de Ricardo III la presenté junto a Marías cuando se publicó, y me hizo reir y al mismo tiempo me envolvió en la tensión de su intriga y de sus redes verbales. Los perfiles de escritores de Vidas escritas son todos igualmente admirables. Cuando fui mortal me ha parecido siempre un relato perfecto. De Negra espalda del tiempo me resultaron mucho más cercanas las invocaciones abiertamente autobiográficas que los juegos literarios a expensas de Todas las almas, pero eso quizás tenga más que ver con mis inclinaciones personales que con la naturaleza del libro.
Nuestros mundos literarios son tan distintos como nuestras vidas. Tenemos lectores en común y lectores que piensan que no tenemos nada en común. En unos cuantos asuntos no nos pondremos nunca de acuerdo. Tan extraño como él se siente en Nueva York me siento yo en Inglaterra. Y en debates como el del tabaco o el de la presencia de mujeres en la Academia nuestras posturas se parecen menos todavía que en la valoración de Pulp Fiction. Pero estoy convencido de que es uno de nuestros grandes escritores y me parece ridículo que no le hayan dado nunca el premio nacional de literatura.