En la mañana del domingo, en la acera donde da el sol, se funde la nieve y caen hilos relucientes de agua de los toldos y las marquesinas. El frío intenso espabila y no agrede, porque no sopla viento. El sol toca como una caricia tenue la cara aterida. Un viejo sentado en un cajón de madera toma del suelo dos puñados de nieve y se los restriega enérgicamente sobre la cara, que luego vuelve hacia el sol entornando los ojos, con una sonrisa de felicidad algo ida. Me gusta observar cómo las bufandas y los gorros de invierno modifican el carácter de las caras femeninas: los gorros , las boinas, los sombreros de piel calados hasta las cejas, las orejeras en torno a los pómulos, las viseras de lana que dan sombra a los ojos, las bufandas que tapan las barbillas, a veces hasta las bocas, las solapas levantadas de los abrigos, con sus forros peludos: el rosa intenso en la punta de la nariz y en los pómulos de las mujeres de ojos claros y piel muy blanca. Mujeres muy abrigadas en invierno: Julie Christie, en Doctor Zhivago. Y un verso de Raúl González Tuñón: Y la mujer que amo con una boina azul.
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