Mucho sol y mucho frío, calma y silencio idénticos en las dos mañanas del 25 y del 26, como un domingo que se repite benévolamente, en vez de dar paso al lunes, un tiempo quieto de tregua. Despojado de hojas y casi de colores el jardín parece más abstracto. En la zona más umbría los tallos del bambú tienen la tiesura de la helada. En un rama curvada y desnuda de higuera se ha parado un mirlo, la silueta negra, el pico amarillo fuerte, casi naranja. A mediodía el sol de invierno y el Oratorio de Navidad de Bach llenan el cuarto de trabajo, o más bien de indolencia: el fondo musical es cortesía de Spotify y de Gregorio. Como tantas veces, entre la obligación y la devoción la frontera es equívoca. Leo “How to Live: A Life of Montaigne”, de Sarah Bakewell, que me dará para escribir un artículo, y también el breve ensayo sobre Montaigne de Stefan Zweig, traducido por Joan Fontcuberta, y editado admirablemente por Acantilado.
Otro caso de justicia poética tardía, el regreso de Stefan Zweig, otro índice de salud lectora, porque El mundo de ayer, su extraordinaria autobiografía, está siendo muy leída en los últimos años, como tantos otros libros improbables y centroeuropeos de los que publica en Acantilado y Quaderns Crema Jaume Vallcorva. Qué hace de pronto que un escritor olvidado cobre de nuevo relevancia, que nos importe tanto, precisamente ahora, a principios de otro siglo, su testimonio de la Europa que fue destruida por los totalitarismos y las guerras. En su exilio en Brasil, no mucho antes de suicidarse en 1942, Zweig encontró por azar los Ensayos de Montaigne en una casa en la que estaba invitado. Los había leído de joven, pero no le habían hecho mucha impresión. Ahora volvió a ellos y sintió la resonancia que en su juventud le había faltado: ahora los leía con la experiencia de la edad, de las catástrofes que habían arrasado su mundo, después de haberlo tenido todo y perderlo todo. Ahora sí se identificaba con Montaigne:
“Sólo aquel que tiene que vivir en su alma estremecida una época que, con la guerra, la violencia y las ideologías tiránicas, amenaza la vida del individuo, y, en esta vida, su más preciosa esencia, la libertad individual, sabe cuánto coraje, cuánta honradez y decisión se requiere para permanecer fiel a su yo más íntimo en estos tiempos de locura gregaria, y sabe que nada en el mundo es más difícil y problemático que conservar impoluta la independencia intelectual y moral en medio de una catástrofe de masas”.