Una conversación

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A Thomas Mermall y a mí nos gusta encontrarnos en sitios donde no haya música de fondo, una cosa cada vez más rara, en Nueva York o en Madrid, donde solo se escuchen voces de otras personas tan aficionadas a la conversación como nosotros dos. Thomas es el jubilado de aire más animoso que conozco. Desde que se retiró de la City University, la universidad pública de Nueva York, no ha parado de hacer cosas, y a cada tarea nueva que emprende lo veo más enjuto, más rejuvenecido. Se ha puesto a repasar el francés con ahínco y da clases una vez por semana. Ayer traía bajo el brazo el libro francés que estaba leyendo, la primera parte de À la Recherche de Proust, en una edición escolar muy bien anotada. Pero en los últimos tiempos también ha escrito sus memorias, que no han encontrado editor en inglés, pero que saldrán traducidas al español la primavera que viene en Pre-Textos.

La vida de Thomas Mermall daría para varios libros de memorias, para varias novelas. Podría haber sido uno o varios capítulos de mi Sefarad. Pero él la ha contado mejor que nadie, empezando por aquel día de 1944 en que él y su padre huyeron a esconderse en un bosque cercano al pueblo húngaro en el que vivían, huyendo de los nazis. Escribí algo sobre esos recuerdos suyos el año pasado. El profesor Mermall emigró con su padre a Chicago en 1948 -su madre había sido asesinada- , después de un viaje tremendo por la Europa en ruinas del final de la guerra, con un rodeo muy largo que los llevó a Chile, donde aprendió el excelente español que habla. Tiene pasión por España y por la literatura española, y ha sido uno de los grandes especialistas internacionales en Ortega y Gasset. Nos conoce con esa hondura que da la mezcla de la cercanía y la distancia: con la mirada del forastero que ha asistido desde los años sesenta a los cambios prodigiosos de nuestro país, que nosotros tantas veces no apreciamos, consumidos por ese extraño vicio hispánico de renegar de lo mejor que hemos hecho, de descuidar o destruir lo que costó tanto lograr. En sus memorias, los capítulos sobre España tienen la fuerza luminosa del descubrimiento.

Ayer quedamos en un sitio sin música para charlar a gusto, después de meses sin vernos. Se nos unió un amigo de Thomas al que yo tenía muchas ganas de conocer, Michael Scammell, que publicó el año pasado una biografía excepcional de Arthur Koestler. Cuanto más sabia es una persona suele ser menos arrogante. En mi experiencia, casi todos los vanidosos que he conocido son algo tontos, por muchos conocimientos que parezcan exhibir. Scammell, que ha traducido mucha literatura rusa al inglés y da clases en Columbia, pasó veinte años investigando la vida de Koestler, y el relato de todos los viajes y las averiguaciones que debió hacer siguiendo el rastro de ese testigo fundamental del siglo pasado constituiría en sí mismo otro libro apasionante.

Koestler, en zeppelin, viajando hacia el Polo Norte

Hablamos y hablamos: de Koestler en España, donde estuvo a punto de ser fusilado, del posible papel de los servicios secretos de Stalin en la muerte de Willi Munzenberg, un personaje más misterioso que cualquier héroe de novela al que yo dediqué muchas páginas en Sefarad , de la nueva traducción al inglés de Doctor Zhivago, que ha salido al mismo tiempo que la de Marta Rebón al español, de las dificultades de la izquierda por mirar con lucidez crítica las sombras de su propio pasado, y de la facilidad con que tantos ortodoxos de un lado se pasan al otro extremo. Al despedirnos, en la esquina de la 104 y Broadway, en este principio de tarde de noviembre que tiene una tibieza como primaveral, Scammell se acuerda de que hace muchos años, muy cerca de aquí, vio a Vladimir Nabokov. Se atrevió a acercarse a él y estuvieron hablando. “Y a consecuencia de esa conversación traduje al inglés dos de sus novelas rusas”, nos dice. Pero se hace tarde y no es educado pedir más detalles…

Este es el artículo en el que hablaba de Thomas Mermall, y de algunas cosas más:

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