Se baja por una escalera de caracol en la Frick Collection hacia una pequeña sala llena de dibujos de Goya y se ha viajado de golpe del orden sereno del arte del pasado a una violenta contemporaneidad que ya es del todo la nuestra. La Frick Collection es uno de los museos más civilizados del mundo, más gratos de visitar y de volver: todavía más en este tiempo, este noviembre en que el oro del sol en los días que amanecen muy limpios después de la lluvia resalta los colores en las grandes copas de los arces y los robles, al otro lado de la Quinta Avenida. En la mansión del millonario Frick, que hizo su fortuna con la explotación brutal de las minas de carbón, los hornos de acero y los ferrocarriles, uno entra como si se le hubiera permitido el acceso a una opulenta residencia privada. Y como está dirigida de una manera muy conservadora, cada regreso depara una confirmación de lo que uno ya conoce, y también una oportunidad de comprobar en qué medida sutil las obras de arte que más nos gustan y que hemos visto más veces están cambiando siempre, y actúan como un espejo que nos muestra los cambios en nuestra propia vida.
Seguir leyendo en EL PAÍS (13/11/2010)