Una leyenda

Publicado el

En Smoke, la otra noche, estábamos sentados muy cerca del pequeño escenario, que ni siquiera es eso, sólo una tarima baja al fondo del club, delante de las cortinas rojas que tapan la pared de ladrillo pelado. A la izquierda, medio detrás de una columna, tocaba la batería Jimmy Cobb, formando parte del quinteto de Mike LeDonne, un pianista muy rápido y con mucha imaginación melódica. En su rincón, con su gorra como de cartero, sus gafas, su cara redonda sin arrugas, la pequeña perilla blanca, Jimmy Cobb se parece a uno de esos secundarios del cine que tiene más presencia y talento a su manera sigilosa que muchas estrellas. Me fijaba en sus manos, en sus movimientos tan económicos, en su tranquilidad alerta, y era difícil creer que este hombre cumplirá 82 años dentro de unos meses y que es el único superviviente de las sesiones en las que se grabó el disco probablemente más célebre de la historia del jazz, Kind of Blue. Este hombre de la gorra azul marino y los tirantes tocó con ellos, los que llevan muertos tantos años: con Miles Davis y Wynton Kelly y Cannonball Adderley y Paul Chambers y Bill Evans, y con tantos otros, los mejores.

Esta noche, como otras veces que lo he visto en este mismo club, Jimmy Cobb envuelve generosamente el trabajo de otros músicos mucho más jóvenes que él y menos conocidos, se permite solos tan vibrantes como limitados en su duración justa. De vez en cuando, aprovechando el solo de otro,  escucha reflexicamente con los brazos cruzados o se inclina hacia un lado y toma el vaso de vino que ha dejado en el suelo junto al bombo de la batería. Están tocando Come Rain or Come Shine cuando calla el saxo enérgico de Grant Stewart, y entonces el piano, la guitarra, el contrabajo, las escobillas de Jimmy Cobb, se confabulan en un diálogo a un volumen muy bajo, como en sordina, hecho de notas aisladas, de rasgueos, de pequeños golpes, casi roces, como murmullos, y durante los minutos que dura no se oye en el recinto del club ni el tintineo de las copas.