Caminando esta mañana al sol suave de octubre me acuerdo de una canción de 1930 que me gusta mucho, que tiene un aire delicado de época pero que han cantado y tocado innumerables artistas desde entonces, haciéndola siempre suya y contemporánea, On the Sunny Side of the Street. Me acuerdo de la melodía y me parece que me lleva: Just direct your feet/To the sunny side of the street. Y ya se me queda de fondo a lo largo de toda la mañana, por debajo de los encuentros y las divagaciones, de tantas cosas que uno escucha y ve y piensa y recuerda mientras anda por la calle.
Junto a un portal de Ortega y Gasset veo esta placa, en letras doradas: INSTITUTO INTERNACIONAL DE TEOLOGÍA A DISTANCIA.
Un poco más allá pasa delante de mí -muy cerca, sin verme- el columnista iracundo(uno de ellos), a grandes zancadas, hablando por un móvil. No es alto, ni fornido, pero se le ve el esfuerzo de ampliarse hacia arriba, de hinchar el pecho, que se acerca a la barbilla levantada con un ademán de proa; como avanzando marcialmente; como si llevara una fusta en la mano en la que no lleva el móvil; lleno de sí mismo, como se dice en inglés, full of himself. Qué digo lleno, embutido, como una butifarra de su propia importancia, con el cuello ensanchándose sin que él se dé cuenta, ceñido por el pañuelo, que le da un aire como colonial, con esa anglofilia dudosa del barrio de Salamanca, en el que abundan tanto las chaquetas de tweed con una talla menos. Habla por el teléfono con mucha gesticulación y a la vez está alerta, tan dispuesto a agredir como a ser agredido, apóstata de un lado y ahora apóstol del contrario, con ese talento español para elegir los extremos.
Uno pasa por las conversaciones con atención disimulada de espía, como un planeador silencioso atraviesa las nubes:
“…Hemos dejado el piso y hemos cambiado todos los planes y ya no nos marchamos de aquí…”
“…La gente está loca por el dinero, tía, mataría por el dinero, te lo juro, es que mataría, yo eso no lo entiendo…”
“… Y dice que ahora que ha terminado Informática se ha puesto a buscar trabajo y no encuentra nada…”
Vuelvo a acordarme del columnista al que he visto hace un rato y me viene a la memoria una expresión chilena que he leído en un artículo del excelente novelista Carlos Franz. De alguien muy arrogante se dice en Chile: “Se cree la muerte”. Qué miedo.
Para una Enciclopedia Universal de Informaciones Inútiles: leyendo la reseña de una biografía de Adam Smith me enteré ayer de que el padre del liberalismo económico fue raptado por una cuadrilla de zíngaros cuando tenía tres años. Un tío suyo lo rescató al cabo de unos días. En vez de escribir The Wealth of Nations Adam Smith podía haberse ganado la vida tocando la pandereta o el violín para acompañar el baile de un oso amaestrado.
Descanso leyendo el periódico sentado al sol en un banco. Mi suegro es gran especialista en esta tarea: de tanto leer el periódico en la calle se le ha puesto al hombre un bronceado de capitán de buque. Me llama la atención un artículo de Vicente Verdú que trata de la belleza de las grandes obras de ingeniería: los puentes, sobre todo. No puedo estar más de acuerdo. En Nueva York casi no hay día que no admire desde la orilla del Hudson el puente George Washington. Pero llego al final y encuentro el siguiente exabrupto: “…Ya pueden ir ahorcándose los más severos y asexuados de los ecologistas”. Leo de nuevo: ahorcándose. ¿La gente no mide la violencia de las palabras que usa? ¿No basta con rebatir los agumentos de alguien, ni siquiera con ponerlo en ridículo? ¿Hay que animarlo también a que se ahorque? Qué español es eso, afirmar para negar así con más furia, elogiar insultando.
De vuelta a casa me falta tiempo para buscar la canción que ha venido toda la mañana conmigo. Benny Goodman y Peggy Lee, por ejemplo.