El pueblo del viento

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Me gustan los buenos periódicos británicos y americanos porque cuentan historias, en vez de hacer titulares, casi siempre políticos, entrecomillando frases sacadas de contexto, o de abandonarse al recurso barato y más bien tóxico del opinionismo incontrolado. Me gusta que procuren no incluir insultos ni tonterías sobre princesas o modelos o actores y que no aparezca en ellos ni una sola falta de ortografía, y que estén escritos pensando en las personas a las que les gusta leer, no queriendo absurdamente atraer con colorines y regalos de cafeteras o edredones a quienes no tienen el menor interés por la lectura.

En el New York Times, en The Guardian, en un semanario tan admirablemente escrito e impreso como The Economist, uno encuentra el amor por la precisión en el relato de las cosas, los perfiles detallados de gente que merece ser escuchada por aquello que hace, no por lo que dice haber hecho, o por lo que opina. En The Economist, cada semana, se publica una necrológica que resume una vida entera en unos cientos de palabras, y que muchas veces no tiene por qué tratar de gente conocida. Recuerdo, el año pasado, la del último mecánico de máquinas de escribir de Nueva York, que era un tratado comprimido sobre el amor al propio oficio y sobre los cambios radicales de los tiempos. En sus páginas de opinión The Economist defiende con la misma vehemencia la democracia y los derechos humanos que el liberalismo económico. En este último apartado yo pocas veces coincido con la línea editorial, pero me da lo mismo. El trato que recibo como lector es siempre impecable: no van a querer atraerme con idioteces ni con groserías, y cuando reseñan un libro siempre lo hacen con una mezcla de exigencia y de cordialidad que me parece admirable. La semana pasada The Economist publicó un cuadernillo especial dedicado a los bosques del mundo que merece ser leído y releído como un ejemplo de magnífica escritura y calidad informativa. La imaginación se ensancha al mismo tiempo que el conocimiento. Hoy, en el New York Times, he encontrado el cuento magnífico del pequeño pueblo en el corazón de Italia que satisface todas sus necesidades de electricidad con energía eólica. El perfil de las turbinas blancas contra los tejados rojizos y las montañas es toda una promesa: lo mejor del pasado puede preservarse gracias a lo mejor del porvenir. Sólidas decisiones racionales a pequeña escala pueden mejorar la vida. Y leer el periódico puede ser una tarea gustosa a la que vale la pena dedicarle horas de atención y provecho.

Ancient Italian Town Has Wind at Its Back