Quién crees que eres

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Dice Nieves, que por su trabajo sabe de lo que habla:Conozco a varios héroes anónimos. Sé de muchas personas que siguen haciendo las cosas lo mejor que pueden en circunstancias muy muy difíciles. No se me ocurre una definición mejor para esa palabra tan cargada. Las palabras están muy bien, y ademá son gratis. A cualquiera se le puede llenar la boca con ellas, más en un país como éste, en el que palabras sin actos componen una parte muy sustancial de la actualidad. Leo esa anotación de Nieves al llegar a casa, después de un paseo en esta noche demasiado calurosa, y lo que venía pensando tiene mucho que ver con lo que ella dice. Pensaba en cómo es posible que haya gente tan segura de que habría actuado con dignidad, incluso con heroísmo, en una situación límite del pasado. La guerra española, por ejemplo, o la de los Balcanes. ¿Cómo saben que habrían tenido el aplomo, la lucidez de elegir la actitud más justa, la más noble? ¿Por qué piensan, ya puestos a ello, que se les habría dado la oportunidad de elegir? Cuando la normalidad se rompe de la noche a la mañana e irrumpe la catástrofe casi nadie elige. La inmensa mayoría tiene que bregar con lo que le toca.

En estos tiempos de heroísmos virtuales y retrospectivos sobre la guerra civil suele olvidarse un pequeño detalle inconveniente: el porcentaje de los que lucharon voluntariamente en ella, en cualquiera de los dos bandos, fue muy pequeño. A casi nadie -a casi nadie de la realidad, me refiero- le gustan las guerras, y en la española la mayor parte de los que fueron al frente eran soldados de reemplazo. ¿A quién le habría dedicado poemas Manuel Machado si en vez de ir a Burgos a ver a la familia a mediados de julio del 36 se hubiera quedado en Madrid? ¿Qué habrías hecho tú, que tan seguro estás de tu valentía, si te hubieras encontrado en Sevilla por casualidad en esos días, como Jorge Guillén? ¿Y si hubieras sido un militante de la CNT o del POUM en Barcelona a principios de mayor de 1937, y descubrieras de golpe que tu filiación política te convertía en un traidor digno de ser ejecutado? Y si hubieras podido quedarte en la retaguardia escribiendo poemas o simplemente trabajando en una oficina de abastecimiento, ya que sabías escribir a máquina, en vez de ir al frente, ¿qué habrías hecho? Las batallas del pasado no son partidos de fútbol con una hora de comienzo prefijada, y con líneas dibujadas sobre el césped que separan nítidamente el campo de cada uno ni camisetas en las que de manera conveniente se distingue por el color o por el rayado a los nuestros de los otros, a los buenos de los malos. El pasado no es un videojuego en el que proyectamos nuestro empuje épico diezmando a tiros las filas del enemigo. El terremoto de la crueldad sobreviene de pronto y la mayor parte de las personas se quedan hechizadas y lo mismo se revuelven con un coraje demente que se rinden al verdugo. ¿Qué habrías hecho en Yugoslavia, en 1992 o 1993, si un uniforme te hubiera dado la potestad de expulsar a tus vecinos de su casa, algo mejor que la tuya, y quedarte con ella? Mi editora americana, mi amiga Drenka Willem, era una niña en una familia serbia que había vivido desde siempre en un pueblo de Croacia cuando la invasión nazi dio el poder a los nacionalistas croatas. Una noche llamaron a la puerta y eran unos vecinos, conocidos de la familia, ahora vestidos con uniformes nuevos. Se llevaron al padre y al hermano de mi amiga y los sacrificaron como animales muy poco después. A su abuela, que viajaba en un tren, la hicieron bajar y le pegaron un tiro en el andén de la estación. Drenka y yo nos conocemos hace bastantes años: me lo contó por primera vez mientras comíamos en Nueva York hace unos meses. Se le quebró la voz y se le llenaron los ojos de lágrimas. Me dijo que se acuerda como si fuera ayer mismo de las caras y las voces de los hombres que llegaron a su casa esa noche de hace casi setenta años.

¿Qué harías tú si llamaran a la puerta y vinieran a llevarse a tu hijo o a tu padre o a tu marido o tu esposa? ¿Aceptarías más fácilmente que los mataran, o que te mataran a ti, si los verdugos actuaban en nombre de una de tantas causas nobles que se han esgrimido desde hace siglos para justificar el crimen? ¿En nombre de qué causa te parece menos censurable el asesinato de otros? ¿La patria croata, la patria serbia, la patria vasca, la raza aria, la sociedad sin clases, la república, la monarquía, la revolución proletaria, la revolución nacionalsocialista? ¿Y qué harías tú si dispusieras de un despacho y un teléfono y pudieras decidir desde allí el destino de otros?

Yo también conozco a varios héroes anónimos, y a algunos justos. Ninguno va pregonando por ahí su coraje ni su amor abnegado a la justicia. Actúan y son sus actos los que hablan por ellos.