Instrucción pública

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Algunas veces escribir es no escribir: es prestar atención, fijarse, escuchar; transcribir las voces de otros, desapareciendo en ellas, borrándose, como se borra el director en una película que parece el fluir de la vida. A veces escribir es contar la vida que uno ha tenido, y otras contar vidas que uno pudo haber tenido: proyectar una parte del pasado y del talante de uno hacia posibilidades de porvenir que no llegaron a cumplirse pero que pudieron ser nuestras. T. S. Eliot lo escribió mejor que nadie casi al principio de sus Four Quartets: “Footfalls echo in the memory/ Down the passage which we did not take/Towards the door we never opened/ Into the rose garden”. O bien, en la hermosa traducción de mi querido Jordi Doce: “Resuenan pisadas en la memoria/ por la senda que no tomamos/hacia la puerta que jamás abrimos/ante el jardín de rosas”.

Una vida mía posible habría sido la de profesor de instituto. Más verosímil en realidad que la que tuve a los veintitantos años, de funcionario municipal encargado oficiosamente de actividades culturales. Yo soñaba con ser escritor, pero ésa era una ambición quimérica: lo que yo esperaba racionalmente era aprobar unas oposiciones y convertirme en profesor de Historia y de Historia del Arte. Era una aspiración sólida y noble. Ser profesor de instituto era una cosa muy seria. Pero terminé la carrera el año 79 y había tantos miles de licenciados en mi especialidad y se convocaban tan pocas plazas que sacar las oposiciones no era en realidad mucho más improbable que ganar el Planeta.

Las pisadas de la senda que no tomé pertenecen a la memoria de otros que se parecían mucho a mí. Hoy he recibido una carta de un profesor de instituto y me ha tocado más porque en otra vida posible podía haberla escrito yo. Escribir es a veces transcribir. Y esta voz de un desconocido podría ser la mía; de algún modo lo es:

“Tenemos casi la misma edad, y orígenes agrarios similares: mi padre era agricultor, mejor dicho, obrero agrícola, o labrador, como ponía en sus papeles más antiguos. Por lo que cuentas, tu adolescencia y la mía parecen calcadas, como también lo parecen la primera juventud, la Universidad, el tardofranquismo, la transición, etc. En un momento dado, decidiste dedicar tu vida a la literatura, a escribir lo que muchos de nosotros queríamos o queremos expresar, y no sabemos, o no podemos.

Yo aprobé oposiciones a profesor de instituto en 1978, y en ello estoy. Mi mujer también lo es. Tenemos dos hijos, una casita en un pueblo de la comunidad valenciana, y dos hipotecas. Soy un pringado ilustrado. Llevo más de treinta años dando clases, y estoy asistiendo, con estupor e impotencia, a la degradación sistemática de la enseñanza pública, especialmente en esta autonomía tan lamentable. Con sólo un puntito más de desvergüenza,  tal vez con otra mayoría absoluta, las autoridades ya serán capaces de demoler literalmente escuelas e institutos, y especular con el terreno liberado. Los llamados trabajadores de la enseñanza hacemos lo que podemos en medio del desánimo. Los más pillos se buscan un despachito en otro destino, lejos de la pizarra y de las fieras. Otros, como mi mujer, mantienen en pie la dignidad de este oficio con mucho trabajo callado, a pie de aula, con gran profesionalidad y discreción, y no serán nunca recompensados ni reconocidos públicamente. De momento ella ha sido desplazada a otro centro por un recorte de presupuestos: empezar otra vez a estas edades, ese es el premio. Uno va pidiendo traslados, buscándose un hueco que permita compaginar lo mejor posible trabajo y familia, cerca de casa, y de un plumazo te lo desarreglan todo. No sé si estás al tanto, pero la incompetencia y la desfachatez de esta gentuza de Valencia que nos gobierna  son legendarias. Su codicia y estulticia de nuevos ricos son infinitas.

Por lo demás, la vida sigue, los niños crecen y marcan nuestra agenda: se acabaron aquellos viajes memorables de juventud,  que duraban tanto, y que me fascinaron para siempre. Mientras espero pacientemente la edad de jubilación, dando por amortizada mi vocación pedagógica, me entretengo sobre los temas recurrentes e inacabables que siempre me han interesado. Tú que puedes, tú que tienes voz y eres escuchado, arremete a muerte contra los asesinos de la enseñanza pública. Por favor.”

Tan sólo he suprimido y modificado lo que podría facilitar la identificación de este lector. Estoy seguro de que sus palabras dan forma exacta a lo que mucha gente está pensando, o a punto de pensar:  no se me ocurre mejor definición de la literatura.