Una lectora

Publicado el

En el metro, de vuelta a casaa la hora de comer, una mujer joven va leyendo La noche de los tiempos, en el extremo de la fila de asientos que hay frente a mí. Está a una cierta distancia, pero distingo la ilustración de la portada. Es una chica joven, de unos veintitantos años, aunque no le veo la cara, porque desde donde yo estoy se la tapa el pelo liso y castaño, y porque la tiene sumergida en el libro. Le quedan muy pocas páginas por leer. Buena señal, me digo, al menos no lo ha abandonado, siendo tan largo. Por el altavoz se oyen los nombres de las estaciones. La gente sube y baja en cada una de ellas. La lectora en ningún caso levanta los ojos del libro. Cuando el tren frena al llegar a la estación me despido en silencio de ella, preguntándome cómo son en su imaginación las escenas finales que yo veía tan claras en la mía, la luz encendida en una casa vista de lejos en un bosque.

Se nota que acaban las vacaciones, porque hay mucha más gente en los trenes y en las escaleras mecánicas. He posado la mano en la baranda de goma y al mirar hacia arriba descubro que por delante de mí sube inmóvil mi lectora: pantalón vaquero, sandalias con plataforma, una camiseta amarilla ajustada, el pelo castaño no muy largo, el perfil de nuevo sumergido en el libro. No deja de leer cuando llegamos a un pasillo que termina en otra escalera mecánica. Esta es mucho más larga, y me da tiempo a pensar en la posibilidad de dirigirme a ella, de preguntarle si le gusta la novela, si quiere que se la dedique. Estoy a punto pero no lo hago. Sería una intromisión, en el fondo un gesto de vanidad. “Perdone que la interrumpa. Soy el autor de esa novela que va usted leyendo. ¿Quiere que se la dedique?”

En el vestíbulo superior, justo antes de los torniquetes de salida y entrada, hay un puesto publicitario del Círculo de Lectores, con vendedores jóvenes a los que procuro eludir cada vez que paso por allí, aunque son muy arrojados, muy tenaces. Habrá que ver lo que les pagan por cada socio que consigan. Se acercan y te preguntan, con cierta impertinencia,”¿te gusta leer?”. No sé si me convence esa promoción tan directa. Yo suelo mirar a otra parte, y en todo caso muevo la cabeza diciendo que sí y sigo mi camino, sin hacer caso cuando me dicen si quiero llevarme la revista, que es gratis.

La lectora ha llegado al final de la escalera mecánica y camina en línea recta hacia la salida, sosteniendo todavía el libro, leyéndolo, muy cerca ya del final. Conoce tan bien este camino que lo recorre casi sin mirar. La vendedora joven y alegre con la camiseta del Círculo de Lectores se le acerca y le pregunta, “¿te gusta leer?” y ella hace un gesto rápido de que la dejen en paz y sigue adelante. “Pues gustarle si parece que le gusta”, dice la vendedora con aire de desaliento, mirando hacia mí, aunque yo eludo el cebo de esa mirada, como cuando hay alguien en la acera pidiendo firmas para algo.

Entre la gente, más lejos, veo a mi lectora, que está empujando la puerta de salida, siempre de espaldas a mí, quizás todavía con el libro en la mano. Subo a la calle y está parada, guardando la novela en un bolso. Echo a andar muy rápido en dirección contraria. Me vuelvo un momento desde la esquina y ahora está hablando por un móvil, la cara medio tapada por el pelo, por las gafas de sol que se ha puesto al llegar a la calle.