Segundas partes

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Antes de lo que pensaba ha terminado mi experimento de lectura, quizás porque el ritmo de la narración se va acelerando en los últimos capítulos del Quijote, como si Cervantes hubiera tenido prisa por llegar al final: la prisa del novelista que lleva demasiado tiempo atado a la misma historia, a la vez fatigado y embebido por ella, y cuando calcula que está acercándose al desenlace nota la proximidad del alivio de no tener que seguir escribiendo y también la anticipada congoja de una despedida que va a ser para siempre. La pesadumbre de los episodios finales es la de don Quijote que ha sido vencido y se desploma en la vejez y la de un escritor que siente el peso de la suya, porque va a cumplir sesenta y ocho años y es por lo tanto un anciano, en una época en la que la vida humana es mucho más corta que ahora y más vulnerable al deterioro de las enfermedades. Las referencias al paso del tiempo son continuas: “sola la vida humana corre a su fin ligera más que el viento”, dice el apócrifo Cide Hamete Benengeli, “filósofo mahomético”, y unas páginas más tarde es la propia voz del autor la que arranca así el capítulo final: “Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres…”.

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Don Quijote. Portada de la cuarta edición.
Don Quijote. Portada de la cuarta edición.