Historia de la noche

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Leemos una escena nocturna en una novela del siglo XIX y si el autor no lo menciona explícitamente no pensamos en el modo en que está iluminada. ¿Qué luz había en la alcoba en la que Ana Ozores se entrega al seductor Messía en La Regenta, o en la taberna de San Petersburgo a la que entra Raskolnikov al principio de Crimen y Castigo? La imaginación se vuelve más pobre a medida que viajamos hacia atrás en el tiempo. Las noches de la literatura, como las de la Historia, nos las imaginamos distraídamente iluminadas de la misma manera limpia y regular en que lo están las nuestras, y en lo que estaban las del cine hasta que Stanley Kubrick usó unas lentes y una película tan sensibles que le permitieron rodar las escenas interiores de Barry Lyndon a la luz de las velas.

Seguir leyendo en EL PAÍS 14/08/2010