Una señora de Santander me dice una expresión que antes era común entre la gente de aquí, y que se ha ido perdiendo. Cuando alguien, sobre todo una mujer, daba muestras de ser algo alocada, o algo excéntrica o fuera de lo común, se decía, entre irónicamente y despectivamente: Ésa tiene una ventana al mar.
Esa mujer da tan por supuesta la expresión que no es consciente de su fuerza poética, como sucede siempre con las metáforas incrustadas en el habla: Vi el cielo abierto, las paredes oyen, si las piedras hablaran. Qué maravilla inventiva del habla común, lo contrario del engrudo verbal del lenguaje político, periodístico y publicitario, del que tampoco nos damos cuenta a pesar de su toxicidad porque lo contamina todo: una persona es un personaje , un personaje es icónico o emblemático; un montaje teatral es rupturista o rompedor; un proyecto es ilusionante. Y todo el mundo apuesta por, continuamente, en política, en literatura, en la programación de la tele. Y todo pasa por algo. Etc.
Literatura sería, para empezar, limpiar lo que uno habla o escribe de esas marrullerías verbales, poner los cinco sentidos en no caer en ninguna de esas inercias, a no ser para someterlas a escarnio o para caracterizar el habla de un personaje. No apostar nunca por nada, a no ser en las carreras. Que lo que pase por alguna parte sea un río, o una línea de ferrocarril, o una carretera. Llamar al pan pan, y al vino vino. La lección es siempre la de Antonio Machado en Juan de Mairena: Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa , traducido a lenguaje poético, se dice: lo que pasa en la calle.