Sugerencias de lectura

Publicado el

Un lector joven, seguramente de mi tierra, José Antonio, me pedía consejo hace unos días sobre cómo emprender con éxito la lectura del Quijote, que al parecer le amedrenta un poco, por una infortunada experiencia escolar, y sin duda también, y yo creo que sobre todo, por esa especie de respeto excesivo que provocan los llamados clásicos. Se considera que clásico significa abrumador pero también tedioso, monumental y arcaico y por lo tanto ajeno al presente, a la vida de una persona de ahora. El sistema escolar no ayuda gran cosa, con su insistencia prematura en el estudio de las arideces gramaticales, en vez de en el placer de la lectura, a ser posible en voz alta y guiada. Un lingüista eminente, mi añorado amigo Emilio Alarcos, decía que empeñarse en enseñar lingüística antes de los quince años es una pérdida de tiempo. Yo he conocido casos de estudiantes muy hábiles para hacer comentarios de texto, pero incapaces de leer un libro. Como si sirviera de algo saber indentificar esas figuras retóricas de nombres retorcidos, en vez de desarrollar el gusto por la lectura y por la expresión escrita.

Leer es un arte, un ejercicio intelectual activo y muy completo, no una exposición pasiva, como la de mirar un programa de televisión. Leer requiere un adiestramiento gradual, como cualquier habilidad de la que disfrutamos profundamente. Nadie toma una guitarra, por más que le guste la música, y se pone a tocar unas soleares, ni siquiera el acompañamiento de una canción pop. Pero qué felicidad cuando se alcanza el dominio más elemental de un instrumento, cuando se ha aprendido a jugar al ajedrez o a montar en bicicleta.

Así creo yo que hay que ir llegando a la lectura de libros como El Lazarillo, la Celestina, la poesía de San Juan de la Cruz o de Fray Luis, el Quijote. Tienen un pequeño grado de dificultad para nosotros porque el idioma no es exactamente el mismo: los giros extraños, las palabras difíciles, nos las resolverán sin problema las notas de una buena edición. Y la lectura no puede ser rápida. Nunca lo es la de una página que nos importa mucho, de la que queremos empaparnos, a la que volvemos una y otra vez, encontrándola siempre nueva. Y cuando vamos adquiriendo un poco de familiaridad, lo que descubrimos es que esas obras, en lugar de embalsamadas, están rabiosamente vivas, y no son monumentos inmóviles, sino desafíos a nuestra inteligencia y a nuestra sensibilidad, y en vez de pertenecer al pasado nos hablan en el presente con una hondura que no tienen muchas cosas escritas ahora mismo. La naturaleza humana no varía tanto: el amor, el resentimiento, la codicia, la ironía, la desvergüenza sexual, están en la Celestina o en Cervantes igual que en Shakespeare.

De modo que mi consejo para acercarse al Quijote es éste: busca una buena edición, con letra clara y cómoda, con una introducción que te sitúe en el contexto de aquel tiempo y en la vida de Cervantes; y lee despacio, sin miedo y sin reverencia, consultando las palabras desconocidas, que en la mayor parte de los casos se habrán vuelto familiares al cabo de uno o dos capítulos; disfruta de la cercanía de esos personajes y también de la distancia que nos separa de ellos: eran como nosotros, pero vivían en un mundo que nada tiene que ver con el nuestro. No pasa nada por leer un capítulo dos veces. También puede ser muy placentero leer en voz alta algunos de los parlamentos de don Quijote, por ejemplo, para comprender bien su grandilocuencia, su anacronismo ya en la época en la que sucede la historia. Muy pronto el oído se habrá ido afinando para reconocer los registros variados y riquísimos del estilo y del habla de los personajes: Cervantes tiene por igual oído para la lengua hablada y talento para la parodia.

Hay bastantes ediciones aceptables. Yo estoy leyendo esta vez una que me gusta mucho, la que publicó la Real Academia con motivo del cuarto centenario, con notas críticas de Francisco Rico y ensayos variados, algunos de ellos muy buenos. Quizás estaría bien acompañar la lectura con los capítulos de aquella serie estupenda que dirigió Manuel Gutiérrez Aragón, con Fernando Rey y Alfredo Landa. Y hasta, se me ocurre de pronto, escuchar algunas de las muchas músicas inspiradas por el Quijote: el poema sinfónico de Richard Strauss, el Retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla.