Llega Antonio para comer y despedirse, aliviado y muy contento porque se va de vacaciones. Un mes entero, intacto todavía, después de casi un año agotador de trabajo, el tercero de su vida plenamente adulta. Prepara con ilusión itinerarios de viaje. Busca en la biblioteca lecturas para los días anchurosos de agosto. Días despejados y lentos, para viajar tranquilamente, para levantarse más tarde sin la angustia de las obligaciones o disfrutar sin apuro de la primera hora fresca y limpia del día. Quiere uno descansar en verano, quiere leer, quiere prolongar una cena en una terraza sin pensar en el día siguiente. Pero uno se pregunta, ¿por qué han decidido los directivos de los periódicos españoles que uno también quiere volverse tonto, que en verano sólo le apetecen chuches informativas de colorines, artículos de no más de veinte líneas, chismes de revista del corazón? Precisamente ahora, cuando el tiempo es más dilatado, cuando disfrutaría uno de leer más demoradamente el periódico.
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