Un compatriota

Publicado el

Desde hace casi dos años veo a ese hombre cada mañana cuando voy a tomar el metro en mi barrio de Madrid. Es pequeño, fornido, moreno, con la nariz aguileña, con una barba blanca y rala, con un gorro parecido al que lleva en las fotos el presidente de Afganistán. Dispone junto a la escalera de entrada una fila de pollitos de peluche, y junto a ellos un cartel escrito a mano: Pollito: 1 euro; País: Afganistán. Ese es su comercio. Pasa varias horas ofreciendo esos pollitos a quienes entran y salen del metro y al final de la mañana guarda los que no ha vendido -todos, o casi todos- en una pequeña mochila que se cuelga a la espalda, y echa a andar tranquilamente por la calle López de Hoyos arriba, exótico y a la vez familiar, solo y con un aire complacido y absorto. Cada vez que lo veo me pregunto a consecuencia de qué desastres de la historia reciente y por qué caminos habrá llegado este hombre a Madrid, cómo será su vida, qué estará recordando cuando se queda ensimismado y no mira a la gente y nadie se acerca a comprarle uno de sus pollitos amarillos. A veces se pone cerca de él un gitano vendedor de medias y calcetines, que tiene una idea más dinámica del negocio, que vocea su género con una exageración de mercader ambulante, con la desenvoltura de quien se mueve en terreno seguro. Por lo que he observado, el vendedor de calcetines y medias y el de pollos no se cruzan nunca la palabra, aunque tampoco parece que se hagan la competencia ni disputen el breve espacio del que disponen a la entrada de la estación.

Esta mañana he observado un detalle nuevo. Estaba solo el señor afgano, y junto a los pollitos había puesto su cartel habitual, pero esta vez tenía una anotación nueva, también esmeradamente escrita a mano.

País: Afganistán; pollitos: 1 euro; nacionalidad, española.

El hombre venido del otro extremo del mundo, fugitivo de guerras, exiliado y perdido en un país que para él será más bien indescifrable, en el que sobrevive gracias a la venta de una mercancía ínfima, ahora es español. Le habrá costado mucho resolver papeleos y trámites y le ha parecido oportuno hacerlo público de esa manera tan discreta.Y es español  de la única manera decente y cierta en la que uno es de algún sitio, no por la sangre, no por el origen, sino por algo mucho más modesto, y a la vez más tangible: un acto jurídico. A los ojos generosos de la ley democrática, tan ciudadano es él como yo. La próxima vez, para darle la bienvenida a esta patria nueva en la que hay tantos trastornados por purezas de sangre y leyendas de orígenes, le compraré uno de sus pollitos.