Holocaustos para todos

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Habíamos estado presentando en Nueva York un libro de Marcel Cohen y cuando llegó el momento del coloquio un espectador levantó velozmente la mano. El libro de Cohen, que tiene la forma de una larga carta a su amigo Antonio Saura, es una memoria lacónica y estremecedora de una pérdida doble, la de la lengua judeoespañola que Cohen aprendió a hablar de niño y la de la comunidad sefardí de Salónica, de la que procedía su familia, y que fue virtualmente borrada del mapa por los nazis. El libro, en inglés y en judeoespañol -In Search of the Lost Ladino- lo había publicado en Jerusalén la diminuta editorial Ibis, que difunde por igual a autores judíos y palestinos, con una vocación más bien heroica de buscar lazos comunes en una época y en una tierra cada vez menos propensas a la concordia. Cuando yo vi a Marcel Cohen, después de haber leído el libro, que para mí tenía además la emoción del recuerdo de Antonio Saura, me acordé de ese dictamen de Buffon según el cual el estilo es el hombre. Marcel Cohen, como su escritura breve e intensa, tenía una presencia discreta, exquisitamente amable, de una inmediata cordialidad emocional contenida por el pudor. Era un hombre delgado, elegante, menudo, de rasgos muy óseos y piel muy morena. Cuando terminó de hablar miró al público y se inclinó ligeramente para aceptar la pregunta de aquel espectador tan lleno de impaciencia por intervenir que se movía en el asiento y seguía agitando la mano levantada como si temiera no haber sido visto, o que por algún motivo se le negara la palabra.

Seguir leyendo en EL PAÍS 10/07/2010