La palabra algorero es necesaria en el idioma. Se la ha inventado el profesor Francisco García Olmedo, y se refiere a Al Gore y a los profetizadores atolondrados del cambio climático. García Olmedo no es un negacionista, a la manera de Aznar y de la derecha republicana de Estados Unidos: es un científico que no tiene la menor duda sobre el efecto catastrófico de los combustibles fósiles en la atmósfera de la Tierra, pero que también sabe que no hay mejores argumentos que la verdad y la exactitud. Un algorero es un agorero que sigue la moda de Al Gore. Y al profesor García Olmedo, que es un hombre sabio e irónico, Al Gore no le convence mucho, con sus despliegues mediáticos, sus aviones privados que sueltan cantidades irresponsables de CO2 a la atmósfera y sus verdades a medias.
El profesor García Olmedo es un hombre sabio y tranquilo con el que da gusto conversar. Me cuenta, mientras tomamos una caña fresca en el mediodía irrespirable de julio en Madrid, que lo invitaron a participar en Sevilla en el mismo acto en el que estaba al Gore, estrella de la presentación de la iniciativa municipal de poner bcicletas de alquiler a disposición de la gente. Los ayuntamiento españoles, ya se sabe, no reparan en nuestros gastos. Para animar a la gente a moverse en bicicleta por Sevilla el ayuntamiento se gastó 300.000 euros en traer a Al Gore. Y aprovechando que el gran algorero estaba en la comarca otro alcalde de un pueblo de la comarca lo invitó también a hablar en su pueblo. Parece que Al Gore le hizo un precio: el hombre se llevó al final del día unos 500.000 euros del contribuyente español, si bien dejó detrás de sí varias fotos de gran sonrisa en compañía de los alcaldes pertinentes. En épocas de crisis en las que se reducen las prestaciones sociales y se bajan los sueldos de los empleados públicos, nada más alentador que el buen ejemplo de las autoridades.
Al menos las cervezas que el profesor Olmedo y yo compartimos están tan frías que dejan un brillo de escarcha en el cristal de las copas.