Un pesado aleteo, un relámpago de colores blanco, negro y rojo atraviesa el aire húmedo y ensombrecido por el espesor de los árboles, denso por los vapores del pantano en el que remaba despacio un naturalista, un buscador de pájaros. Con los ojos y los oídos adiestrados al máximo, experto en reconocer formas pasajeras, en identificar cantos, en distinguir la cadencia precisa con la que un cierto tipo de pico golpea un tronco, este explorador deja el remo suspendido en el aire, y con un estremecimiento de incredulidad, de entusiasmo, se lleva los binoculares a los ojos y recorre con ellos las copas de los cipreses entre las cuales hace un instante se ha deslizado esa criatura voladora que tiene algo de aparición, porque nadie la ha visto desde hace sesenta años: en los bosques pantanosos de Arkansas, donde aún queda algo de la naturaleza primitiva de América, uno de esos aficionados a la ornitología que en inglés se llaman bird watchers (observadores de pájaros) vio por primera vez hace quince meses un ave ya más fantástica que terrenal que se daba por extinguida desde 1944, un ejemplar magnífico del pájaro carpintero de pico de marfil, y es posible que al principio pensara que había tenido una alucinación o que le había engañado su deseo de ver de nuevo lo que desde hacía tanto tiempo era invisible. Pero otros exploradores han avistado el pájaro al menos siete veces en los últimos quince meses, y hasta dicen que hay una grabación de vídeo en la que se ve su forma borrosa pero reconocible. Durante este tiempo, hasta que se hizo pública la noticia a finales de abril, los avistamientos se habían mantenido en secreto, en parte por prudencia científica, en parte también por miedo a que el hallazgo del pájaro desatara una búsqueda descontrolada por los bosques en los que todavía se esconde.
El pájaro carpintero de pico de marfil es el Grial de las aves, el Ave Fénix que ha regresado no de las cenizas mitológicas sino de una cruenta extinción provocada por la insensata codicia humana, que arrasó la mayor parte de los inmensos bosques casi tropicales del Sur de los Estados Unidos, ese territorio de pantanos que se extendía a lo largo de las orillas del Mississippi hasta las extensiones del Delta. En las novelas de William Faulkner, que fue durante toda su vida viajero y cazador por esas junglas, el Delta es un espacio casi contemporáneo de los primeros días del Génesis, cuando aún no se ha separado la tierra de las aguas, y cuando los animales se multiplican en el agua, en la tierra y en el cielo sin que ningún hombre las haya nombrado todavía. Para Faulkner, el Delta era la imagen del Paraíso primitivo que el trabajo y la ambición humana habían profanado, añadiéndole la infamia sin perdón posible de la esclavitud.
Probablemente, cuan do era joven, Faulkner aún vería volar bandadas de pájaros carpinteros de pico de marfil. Le pusieron de nombre el Lord God bird, porque su aparición era tan resplandeciente que quien lo veía exclamaba: Lord God! En esa exclamación hay como un eco de los tiempos en que los animales eran criaturas divinizadas, y no es difícil imaginar que este pájaro fuese venerado igual que el quetzalcoatl de México, el cóndor de los Andes, el ibis y el halcón de Egipto, el águila y la lechuza que en las culturas del Mediterráneo se identificaron con Zeus y Atenea. El pájaro carpintero de pico de marfil tenía o tiene una envergadura con las alas extendidas de cerca de un metro, y a su plumaje blanco y negro se añade en las cabezas de los machos una cresta roja, casi tan afilada como su pico poderoso, que martilleó secamente durante milenios en las cortezas de los cipreses y tupelos. El naturalista y pintor Charles Audobon, que en las primeras décadas del siglo XIX hizo en cientos de láminas a todo color el catálogo prodigioso de los pájaros de América, llamó a éste el cacique de los pájaros carpinteros. Pero a medida que su reino iba siendo conquistado y destruido este soberano se iba retirando, como los pobladores primitivos de América ante la invasión de los europeos, y llegó un momento en que los últimos pájaros padecieron el mismo destino que las últimas arboledas en las que encontraban refugio.
Algunos quedaron, sin embargo, los más fuertes y astutos, los más adiestrados para sobrevivir. Aprenderían a ser más silenciosos, a huir con más velocidad y cautela de la proximidad humana. Nadie ha calculado aún cuántos quedan en los bosques de Arkansas, ni cuál es su esperanza de reproducción. Nadie quiere pensar en la posibilidad de que ese pájaro entrevisto siete veces en algo más de un año sea el último de todos: el Grial que no volverá a encontrarse, el Ave Fénix que ya no se levantará de la ceniza.