Vanidad, orgullo

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Quien mejor explica la diferencia entre el orgullo y la vanidad es Flaubert: “El orgullo es una fiera solitaria que ruge en el desierto; la vanidad, un loro que parlotea de rama en rama a la vista de todos”. En un escritor o un artista, el orgullo sería un rasgo de entereza, hasta de coraje, y la vanidad un defecto penoso. Aunque, pensándolo bien, quizás lo que distingue al orgulloso del enfermo de vanidad es lo mismo que separa al viajero del turista: viajero es uno mismo; turistas son los otros. En su retiro de Ruan, Flaubert se veía a sí mismo como un león y como un ermitaño, como un san Antonio entregado a la áspera penitencia de la escritura y venciendo las tentaciones licenciosas que lo reclamaban en París, las fiestas mundanas, las exhibiciones de vanidad de los salones literarios. Pero sabemos que Flaubert se escapaba a París con mucha más frecuencia y más deleite de lo que sugiere su leyenda, y que el orgullo solitario con el que se recluía durante varios años para completar una novela, sin la más mínima concesión ni al sentimentalismo ni a la negligencia de estilo, era humanamente compatible con su sensibilidad a los halagos de sus admiradores, y más todavía de sus admiradoras.

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