El doble del poeta

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Una vez, hace muchos años, estuve con el poeta Evtuchenko en Granada. Era un hombre tan exagerado en sus gestos y en su manera de recitar y de hablar que se me ocurrió que podía ser en realidad un doble de Evtuchenko, alguien que llegaba a los sitios haciéndose pasar con él. Con motivo de su visita organizaron una lectura colectiva de poesía en uno de los bellos patios del Hospital Real. Los poetas de la ciudad recitaban como se suele recitar y leer en alto en España, con cierto retraimiento, con una especie de melancolía. De pronto llegaba Evtuchenko y se ponía a retumbar en el micrófono y parecía que estuviera leyendo en uno de esos estadios en los que actúan las estrellas del rock. Recitaba en ruso y a mí me daba la impresión, infundada, de que estaba imitando los sonidos de la lengua rusa, porque aquello sonaba a ruso de una manera exagerada. Agitaba los brazos, gritaba. Era un hombre de gran envergadura. Recitó en español un poema muy largo para Che Guevara. Desde sus sillas en el escenario los otros poetas lo miraban melancólicamente.

Luego me lo presentaron, entre mucha más gente. Evtuchenko daba abrazos a todo el mundo. Hablaba español con un acento ruso que sonaba tan perfecto para quien no tuviera idea de ese idioma que no podía ser más que un impostor. Proponía brindis fervorosos y apuraba su copa de un trago.

A la mañana siguiente yo viajaba a Madrid. Me encontré a Evtuchenko, a las ocho de la mañana, en la cafetería del aeropuerto, y me dio un abrazo tremendo, un abrazo de oso, de oso ruso, de ruso fingido. Me dio un abrazo y me animó a compartir una copa de licor, no recuerdo si anís o vodka. El olor de la suya ya me daba mareo. Me escurrí como pude, y ya no volví a verlo.

Durante años he tenido en la cabeza esta idea para un cuento: Evtuchenko llega a una capital de provincia española, en los últimos ochenta. Lo agasajan, lo pasean, él recita a grandes bocinazos épicos, se marcha al cabo de varios días, dejando agotado a todo el mundo. La siguiente mañana llaman a la puerta del organizador del recital poético, que todavía tiene varias resacas acumuladas. Un hombrecillo humilde, con una maleta, le tiende la mano y le dice: “Hola, soy Evgueni Evtuchenko”.