Signos de verano

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He visto aparecer de repente la primera salamanquesa del verano: veloz, entrecortada, bocabajo, bajando en línea recta por una pared del jardín, en dirección al hormiguero que se abrió hace unos días, populoso de hormigas que corren aceleradamente a sus tareas, cada una por un lado, trabajadoras a destajo que no se apaciguan ni cuando cae la noche, y siguen haciendo horas extras a la luz de la farola, seguro que para ganar tiempo después de la larga vacación del invierno. La salamanquesa ha sembrado el pavor en el hormiguero, pero no es la única invasora. De vez en cuando desciende y frena con aleteos rápidos un gorrión y se pone a picotear hormigas a toda velocidad, a un ritmo de aguja de máquina de coser. Luego se cansa y se marcha, o se pela con otro gorrión que viene para disputarle la misma merienda.

Aquí la única que mantiene la calma es la salamanquesa. Y yo lo miro todo embobado y no me acuerdo de lo que había estado a punto de escribir.