Principio para siempre

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Dice Valle-Inclán: “Todo nuestro arte nace de saber que un día pasaremos”. Esas palabras me vienen a la memoria leyendo el último libro de Luis Suñén, Volver y cantar, unos cincuenta poemas que se han ido escribiendo a lo largo de ocho años, el tiempo que ha pasado desde que Suñén publicó El que oye llover, donde agrupaba en poco más de doscientas páginas toda una vida de dedicación a la poesía. Digo que los poemas se han ido escribiendo porque estoy convencido de que la poesía se escribe sola, más aún de lo que se escriben solas las novelas. La deliberación cuenta poco, el proyecto. Si la novela surge, se impone a uno como reclama atención el hocico de un perro obstinado; el poema es todavía más involuntario, porque no requiere un armazón que sostenga su escritura a lo largo de mucho tiempo, una trama que apuntale el discurrir de la invención, sometiendo la historia a las convenciones inevitables de un género, a lo que podíamos llamar con cierta melancolía lo novelero de la novela.

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