Los villancicos

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Cuando yo era niño, por esta época, mi madre y mi abuela cambiaban el repertorio de las canciones que iban cantando por la casa durante las tareas de la mañana, mientras ventilaban los dormitorios y hacían las camas, con el trabajo de sacudir las sábanas y  de mullir aquellos pesados colchones de lana. Yo iba detrás de ellas fascinado por sus voces, siguiéndolas por aquellas habitaciones que tenían la amplitud de los espacios de la infancia. Esas canciones y las que sonaban en la radio fueron mi primera educación musical. Muchas de ellas contaban historias: me acuerdo de una, en la que un hombre contaba que se estaba casando con la mujer de su vida; el cura le tomaba las manos, pero estaban tan frías que a su contacto el narrador se despertaba de lo que no sabía que era un sueño; y era que estaba tocando los barrotes fríos de su propia cama, en la que estaba tristemente solo. La cama y los barrotes fríos de la canción se correspondían con las camas de hierro de nuestra casa.

Se sabía que estábamos cerca de la Navidad -aunque la palabra Navidad no la decíamos nosotros: era una palabra de las películas, o de la gente con dinero- entre otras cosas porque ahora, por las mañanas, las canciones que cantaban mi madre y mi abuela eran villancicos: romances transmitidos oralmente desde hacía siglos, simples de melodía y refinados de expresión,  con la transparencia de la poesía popular. En ellos resaltaba la sensación de desamparo y pobreza, la leyenda antigua de la mujer que ha de dar a luz en una cuadra, en pleno invierno, sin más calor que el de los cuerpos y los alientos de los animales, la mula y el buey. Los componentes milagrosos de la leyenda importaban menos que la realidad tan cercana de los escenarios en los que sucedían: nosotros teníamos cuadras y animales, y las personas mayores sabían de primera mano lo que era la pobreza, lo que importaba  un cobijo cálido contra la intemperie. Y nada le daba más miedo a un niño que la idea de encontrarse perdido y no tener quien lo abrigara:

Madre, en la puerta hay un niño

más hermoso que el sol bello;

yo digo que tiene frío

porque el pobre viene en cueros.

 

Pues dile que entre

y se calentará

porque en esta tierra

ya no hay caridad.