Me rindo

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Empecé con muchas ganas la última novela de Stephen King y hacia la mitad más o menos me he rendido. En la lectura no hay más ley que la sinceridad con uno mismo. Alguien, creo que Gabriel Fauré, decía que Wagner tiene momentos magníficos y cuartos de hora abominables. No estoy muy de acuerdo, en lo que respecta a Wagner, pero me parece una buena descripción de lo que me ocurre leyendo la novela de King. Momentos espléndidos, largos pasajes de un tedio penoso. Confirmo mi antiguo prejuicio sobre el ingrediente de lo fantástico en la narrativa: se sostiene en un cuento, como máximo en una novela corta. Una novela fantástica de setecientas u ochocientas páginas(no calculo bien porque la leo en el Kindle) a mí me resulta impracticable. Lo fantástico ha de ser una sospecha, un relámpago, como una revelación en un poema. Es una idea incitante que alguien, en 2011, encuentre una brecha en el tiempo que lleva, invariablemente, a la mañana del 9 de septiembre de 1958; y que por mucho tiempo que se quede en el pasado, solo hayan transcurrido dos minutos cuando vuelva al presente. Y hay muchas posibilidades de misterio en este viajero del futuro que vigila la vida de Lee Harvey Oswald unos meses antes de noviembre del 63 en Dallas.

Pero cómo se llena todo lo que hay alrededor, cómo se mantiene no la trama, sino el enigma, la sensación pura del misterio. Algo tendrá que hacer el protagonista entre el 9 de septiembre del 58 y el 22 de noviembre del 63. Se nota al autor tirando de la novela como de un fardo muy pesado. El hombre , por hacer tiempo, se coloca de profesor de instituto, se enamora, organiza funciones de fin de curso, observa cuánto fuma la gente a finales de los cincuenta, etc. Así que no me quedará más remedio que pulsar el fast forward a ver como termina la cosa, aunque me temo lo peor. Me estoy viendo venir que Lee Harvey Oswald acabará matando a Kennedy. A alguno de mis amigos físicos le tengo que preguntar sobre esa variante de la teoría de las supercuerdas según la cual todos los desenlaces posibles están sucediendo continuamente en un número ilimitado de universos paralelos.

Eso sí que es imaginación novelesca.

Stephen King (foto de Michael Femia)
Stephen King (foto de Michael Femia)