Más juegos de palabras

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Un alumno(perdón, no sabía que estaba prohibido) de primero  llega a casa con una de esas obligaciones de lectura que son tan frecuentes en las universidades españolas, y que tanto contribuyen al prestigio del que éstas disfrutan en el mundo: un libro que ha sido escrito, por feliz coincidencia, por el mismo profesor que imparte las clases, y que a los alumnos o estudiantes o formandos o como quiera que se diga les será beneficioso adquirir, no solo para desarrollarse intelectualmente, sino también para obtener un aprobado al final de curso.

Un pariente cercano de  dicho alumno, que intentó en vano ayudar a la criatura en la comprensión del texto aludido, me trae una fotocopia, a ver si yo puedo echarle una mano, dado el oficio al que me dedico. Leo un par de veces los párrafos que más angustian al estudiante atribulado y noto cierta calentura en el cerebro, y me doy por vencido. Hay escritores científicos que tienen el talento de hacer comprensibles los enigmas mayores de la biología o de la física. El gran mérito de muchas luminarias de la filología contemporánea es volver incomprensible y antipático algo tan claro como la literatura:

DEL SENTIDO POPÉYICAMENTE CÓMICO AL EPOPÉYICAMENTA HEROICO

Si en virtud de la antinómica construcción de la escritura cervantina la deslectura romántica dejará ver en ella el aspecto del protagonista lector don Quijote como personaje(epopéyica o aristotélicamente)superior, por cuanto esforzado en dar serio cumplimiento heroico a lo seriamente leído, lo cierto es que, antes que nada, se puede allí mismo contemplar a dicho protagonista lector en su aspecto de personaje(cómica o aristotélicamente) más inferior(por cuanto que así ha venido siendo considerado, a no ser mística o platónicamente, todo orate) en tanto que irracionalmente obcecado en dar enloquecido cumplimiento serio a fabulosas escrituras literarias desatidamente(historizantemente)leídas.

Según un popéyico(de Popeye) y no un epopéyico sentido heroico en el novelesco sucederse de los malogrados como épicos, a pesar de muy esforzados como hípicos, lances del protagonista(en todo inexperto a no ser como desatinado lector libresco); al cual, si en el interrumpido desarrollo de tan sentido suave o blando del relato, nunca alcanza la más mínima consecuencia de daño grave ni mucho menos fatal, sino solo algún accidente ocasional por cuanto concierne a la integridad física del mismo; accidente que, en la que será la ingenua y nunca desesperanzada línea formativa de los popéyicos comics(como en todos los eufóricos dibujos animados), a a resultar cómicamente desdramatizado de inmediato, en función del clásico principio aristotélico respecto de aquello que solo podía ser risible poética o preceptivamente: esto es, sin dolor ni ruina…

Cómo no acordarse con admiración de aquel párrafo de una novela de caballerías que tanto le gustaba a don Quijote: La razón de la sinrazón que a mí razón se hace en tal manera mi razón escarnece que con razón me quejo de la vuestra fermosura.