Fiestas privadas

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No tiene límites la obscenidad del mundo: se ha difundido que artistas pop americanos -Mariah Carey, Beyoncé- han actuado en fiestas para los hijos de Gadafi, en el Caribe, en villas de Italia. Por un espectáculo de menos de media hora cobraban cada una un millón de dólares.

Yo me pregunto lo que cobrarán a lo largo del fin de semana los miembros del sexteto de Curtis Fuller, a los que acabo de ver esta noche en Smoke: Curtis Fuller, que tocó el trombón memorablemente en uno de los grandes discos de John Coltrane, Blue Train. Y aquí estaba, y seguirá estando en tres sesiones cada noche, con setenta y seis años, un poco encorvado, pero todavía vigoroso, aunque sus solos ya no tengan la fuerza inventiva de antes, rodeado por músicos más jóvenes, habituales del club, Mike LeDonne, Eric Alexander, Joe Fansworth. A la mitad del concierto, para que descansara Fuller, Mike LeDonne ha hecho un largo solo de variaciones sobre Every Time We Say Goodbye. Me gusta mucho fijarme en cómo unos músicos escuchan a otros, asintiendo al compás, sonriendo, sorprendiéndose, tomando una breve frase como punto de partida cuando les toca la entrada. Cuando terminan, con todo el cansancio del trabajo físico,  se van a tomar una cerveza o a comer algo al fondo del bar, donde siempre hay unos negros viejos y solemnes que tienen algo de patriarcas flamencos, de sanedrín arcaico de la veteranía.