Para que no faltara nada en el esperpento ahora viene el toro de la Vega. Elvira ha escrito un artículo que lo sitúa en sus justos términos: los de un país donde la indiferencia y hasta el odio brutal de los poderes públicos por todo lo que tenga que ver con el conocimiento, la buena educación y la cultura alcanza un grado inaudito. Las imágenes del toro alanceado y ensangrentado parecen de aquella España negra que retrató hace un siglo Gutiérrez Solana. El daño, merecido, que nos hacen en el mundo es incalculable. Lo he visto y lo veo con mis propios ojos. Un país en el que el ministro de Justicia dice que eso es una respetable tradición cultural es un país aterrador. Y esa chusma bárbara de Tordesillas que acosa a los fotógrafos y celebra beodamente su propio salvajismo da tanto miedo como las turbas que arrancaban en 1814 los rótulos de las plazas de la Constitución, asaltaba las casas de los liberales y lanzaba el gran grito patrio, Vivan las caenas. Quitaban los caballos de la carroza de Fernando VII para llevarla ellos, esclavos agradecidos del despotismo. Todo sea por las tradiciones: ninguna más antigua y arraigada que la de la ignorancia y la unanimidad embrutecida. Esto es lo que hay: en cualquier televisión pública europea, en la de Estados Unidos, hay grandes programas de entrevistas y debates nocturnos. Aquí tenemos a Bertín Osborne conversando en profundidad con Jesulín de Ubrique.
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