Me crucé con él ayer por la mañana, por esa parte alta de la Quinta Avenida, y al principio no lo reconocí, y no solo por la extrañeza de encontrarse aquí con alguien a quien uno asocia exclusivamente a España. Él iba por la acera del parque, yo por la de los edificios, y yo creo que no me vio. Cuando uno pasa muchas horas caminando por una ciudad le pueden suceder los encuentros más asombrosos. No lo reconocí sobre todo porque su actitud, su lenguaje corporal, eran del todo distintos a los que tiene en España. En España probablemente no paseará nunca por la calle, y menos aún a solas, y menos a media mañana. Es de esas personas públicas que siempre saben que las están mirando. En España yo solo lo he visto saliendo del asiento de atrás de coches negros blindados, dejando que alguien le abra la puerta, cruzando a pie un tramo muy corto que lo llevará a un sitio en el que hay más gente poderosa. Es posible que ya ni recuerde la sensación de no ser nadie, de que su presencia no provoce oleadas de expectación o reverencia, o de rechazo. Quien sabe que está siendo observado no puede dejar de convertirse en un personaje de sí mismo. No necesariamente en un impostor, pero algo parecido. En el mejor de los casos, la mirada de los otros no le impedirá ser como es, pero sí lo hará consciente de lo que los demás están viendo. Su propia naturalidad cobrará algo de afectación por el simple hecho de ser observada. La exposición pública ha de reducirse al mínimo para no ser íntimamente corruptora.
Lo vi paseando despacio, junto al muro de piedra, bajo la sombra húmeda de la acera del parque, con las manos en los bolsillos, completamente ensimismado, sin hablar por un móvil, sin mirar de soslayo, libre de su personaje inevitable. Si se para a comprar una botella de agua o una manzana en un carrito ambulante el vendedor no variará su mirada neutral. En cuanto suba al avión de vuelta y las azafatas o el sobrecargo se dirijan a él diciendo su nombre estará de nuevo atrapado, halagado. Esperando la maleta en la luz clínica del amanecer en el aeropuerto de Barajas habrá recuperado de manera instintiva su perfil imperioso, su estatura arrogante.