Salgo del Museo Thyssen una mañana de este enero de la pandemia interminable como si volviera no de una exposición de pintura, sino de todo un continente, con el espíritu exaltado, con una amplitud mayor de respiración en los pulmones, como si hubiera respirado de verdad el aire de esos horizontes abiertos, como si hubiera compartido la vida urgente y la celebración del mundo real en toda su vulgaridad y toda su belleza que parece un rasgo decisivo de las artes hechas en Estados Unidos, desde la pintura hasta la música, desde el cine hasta la novela y a la poesía. Salgo del museo como si volviera de un viaje, y eso me hace darme cuenta de hasta qué punto nos ha afectado este tiempo de angustia y encierro que empezó hace ya casi dos años y ya no imaginamos que pueda terminar.
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