En la mañana perfecta de finales de septiembre salgo de casa queriendo escaparme de un abatimiento político y civil que me ensombrece la vida estos días. Tanto que hay por hacer, en la educación, en la lucha contra la desigualdad, en el fortalecimiento de la democracia, en la búsqueda de un modelo productivo que nos asegure los logros del estado de bienestar y no envenene irreparablemente el aire, la tierra y el agua. Nada parece que importe, nunca: solo la furia, el encono del ser y no la constancia del hacer, el esperpento diario de las declaraciones y las payasadas, la política en el sentido más estéril y más inútil de la palabra, el tiempo perdido, las energías derrochadas, la complacencia biliosa en el descrédito y en el ridículo del otro, el y tú más, el pues anda que tú, el narcisismo de la diferencia menor del que hablaba Freud hipertrofiado y sacralizado. El espectáculo de algunas de las mentes privilegiadas de la actualidad hablando en infinitivos como indios de película mala será muy difícil de olvidar.
De pronto, en la mañana de septiembre, atravesando en bicicleta el Retiro, donde dura el fresco de la primera hora del día bajo las copas de los castaños, el mundo está bien hecho, como en un poema de Jorge Guillén. Los oros otoñales siempre llegan anticipadamente a los castaños del Retiro. En el paseo de Recoletos me tomo un plátano para aliviar la flojera de la media mañana y leo un rato a Montaigne sentado al sol en un banco, con la bicicleta al lado, junto a la estatua protectora y casi ambulante de don Ramón del Valle-Inclán. Montaigne es un alimento igual de efectivo: “Flotamos entre diversos impulsos: no queremos nada libremente, nada absolutamente, nada constantemente”. Luego voy a ver en la fundación Mapfre las fotos de Josef Kudelka y me impresionan tanto que mientras paseo de una a otra ya me parece que se escribe sola en mi imaginación la crónica que haré sobre ellas. En la prosa de Montaigne hay una cualidad de súbita revelación, como el disparo de una foto: “Tout mouvement nous découvre”. Cualquier movimiento, cualquier gesto nos delata.