Decía George Orwell, el escritor británico autor de 1984 y Rebelión en la granja, que el secreto de una buena prosa reside en elegir, entre dos palabras de idéntico significado, la que sea más corta. Una filosofía que practicó también el español Azorín, que acostumbraba a tachar en sus manuscritos todos aquellos términos que le parecían difíciles o rebuscados, y que sustituía por otros más sencillos o menos impostados. Sin embargo, de un tiempo a esta parte se vive el fenómeno contrario: algunos hablantes tienden a engordar las frases con expresiones ampulosas, pomposas y sonoras. Así, es habitual escuchar climatología en lugar de clima, altitud por altura, y citación por la mucho más vulgar cita.
Hace años el profesor Aurelio Arteta definió estas palabras artificialmente sobredimensionadas para que suenen más importantes como archisílabos, y desde entonces denuncia de vez en cuando las actitudes archisilabizadoras de políticos, profesionales y periodistas, entre muchos otros. Por ejemplo, el hombre del tiempo que anticipa en televisión precipitaciones, en vez de anunciar lluvias; el médico que, ante la sintomatología -no síntomas- de un paciente, encarga una analítica en lugar de un simple análisis, o el periodista o político que, en diarios y revistas, se refiere a cumplir la legalidad, cuando podría decir perfectamente la ley.
Hay muchísimos más términos archisílabos, y por si necesita reciclar su léxico para ponerse a la moda, no olvide que debe decir caracterización en lugar de característica, peligrosidad en lugar de peligro y argumentación como alternativa archisilábica al común y vulgar argumento. En la misma línea, recuerde elegir llamamiento en vez de llamada, honorabilidad por honor y referente por modelo. No se olvide tampoco de los verbos. Utilice culpabilizar en vez de culpar, visionar por ver, inicializar por iniciar, y en lugar del aburrido abrir utilice el mucho más complejo y pretencioso aperturar. Y ante la duda, ya sabe, siempre lo más largo y complicado.