Ciencias naturales

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Qué raro que la naturaleza, el campo, tenga tan poca presencia en la literatura de un país hasta hace nada tan rural como España. Fray Luis, a veces, Lorca, Claudio Rodríguez, José Antonio Muñoz Rojas. Antonio Machado, sobre todo. Y con cuánta condescencia se ha hablado y escrito sobre él, o sobre Miguel Delibes, que quizás es el único de los escritores en prosa, aparte de Josep Pla, para el que la naturaleza posee una importancia decisiva en su visión del mundo. Mucho antes de que se pusiera de moda el ecologismo Miguel Delibes ya advertía en solitario de la catástrofe que estaba sucediendo. No estaba de moda hacerle caso. En España todo es cuestión de moda. Los escritores de mi generación veíamos a Delibes poco cosmopolita, en nuestra tontería, y él era el más cosmopolita de todos: el que escribía sobre el mundo natural con la sensibilidad y la precisión que son normales en la literatura americana, desde antes de Thoreau.

Yo, que me crié en el campo, hasta los cuarenta años no presté atención verdadera a la naturaleza. Un verano de convalecencia, leyendo a Pla, caminando por los senderos de jaras y encinas de la sierra de Madrid. Solo en América descubrí la escala sobrecogedora de los ríos y los bosques. Y fue aquí, leyendo divulgación científica y poesía, internándome en senderos de bosques, presenciando temporales de lluvia y nevadas tremendas, caminando junto a la corriente del Hudson o del East River, viendo desde el tren esos ríos de estuarios oceánicos sobre los que se tienden puentes de hierro, cuando el mundo natural de verdad entró en mi vida, y en lo que escribo. He tenido que llegar a esta edad para fijarme de verdad en los árboles y en los pájaros. Cuánto aturdimiento, cuánto tiempo perdido.