Los tanques de Jehová

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Los organizadores de matanzas tienen una peculiar inclinación a la poesía. Mientras algunos de ellos planifican despliegues de tropas y armamentos delante de sus mapas enormes, según hemos visto en el cine, hay otros que se dedican a la tarea de buscar nombres sugestivos para sus operaciones militares, o para las armas más letales que emplean en ellas. Es un trabajo que requiere cierta preparación y sensibilidad literaria, casi siempre destinada a un injusto anonimato. Sabemos los nombres de los científicos que construyeron en el desierto de Los Álamos la primera bomba atómica, pero no el de quien bautizó las que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki: la primera se llamaba Niño Pequeño; la segunda, Hombre Gordo. En la primera guerra del Golfo tuvimos el timbre épico de la Operación Tormenta del Desierto, que alternó al principio con Escudo del Desierto, como en los tanteos del primer borrador de un poema. Después del 11-S vino la Operación Justicia Infinita, tan infinita que algunas de sus víctimas siguen presas y en espera de juicio en las jaulas de Guantánamo. La invasión de Irak en 2003 empezó llamándose Nuevo Amanecer, hasta que el desastre de los años siguientes debió de dejar sin palabras a los inventores más vocacionales de eufemismos.

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Antonio Muñoz Molina
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